Ya es hora de hacer justicia

Publicado el 23 septiembre 2013 por Benjamín Recacha García @brecacha

Ejemplar de ‘La Vanguardia’ dedicado al recibimiento a la 43 División en Girona. Entre los soldados, Antonio Fernández Garrido.

“A veces pienso y digo: quién se pudiese volver un pájaro y arrancar el vuelo para ésa (mi casa), porque en 11 meses que llevo de guerra y no poder ni ir un solo día con permiso (…) Pero en fin, es la guerra y hay que aguantarse con lo que venga, porque yo creo que más tarde o más temprano se tiene que terminar algún día y si no me ha pasado nada ya nos veremos, porque si llegase ese día se me figuraría mentira…”

No es un fragmento de ‘El viaje de Pau’, no, sino una de las últimas cartas que mandó el joven soldado republicano Antonio Fernández Garrido a su madre, que vivía en Archena (Murcia), desde el frente, ya inmerso en la terrible batalla del Ebro, donde probablemente murió a finales de 1938. Su sobrino, Antonio, un hombre lleno de energía, a sus 69 años está empeñado en averiguar qué pasó con él. Lleva siete años de búsqueda en los que ha hecho avances sorprendentes, y está convencido de que los restos de su tío “descansan” en el vergonzoso Valle de los Caídos.

Recientemente tuve el honor de conocerle. Había leído mi novela y me invitó a su casa para que se la dedicara y para explicarme la odisea en que anda metido. Lo que ha conseguido tiene un mérito enorme. Incluso le ha dado para escribir una extensa crónica que, por supuesto, he leído con el máximo interés. Pero lo que más me ha impresionado de su historia, de la historia de su tío, son las tres cartas que conserva de puño y letra de un joven de apenas 20 años que se vio envuelto en una guerra terrible. No soy capaz de describir la sensación que uno siente sosteniendo entre sus manos el papel, amarillento pero sorprendentemente bien conservado, y leyendo las palabras a lápiz escritas desde el frente 75 años atrás.

Antonio Fernández Garrido fue reclutado en Archena para formar parte de la 43 División republicana que combatió en el Pirineo Aragonés. Tras meses de asedio en la célebre Bolsa de Bielsa, sin posibilidad de abastecimiento, en junio de 1938 cruzaron la frontera francesa evacuando a toda la población civil, y la gran mayoría de los soldados regresaron al frente a través de Catalunya, siendo recibidos como héroes en las calles de Girona. La alegría, sin embargo, les duró poco tiempo.

Escribir ‘El viaje de Pau’ me está reportando satisfacciones impagables. Conocer a Antonio; a Mariado, cuyo bisabuelo también combatió en la 43; a Myriam, que tuvo la inmensa generosidad de compartir conmigo su historia familiar: “Yo también tuve un bisabuelo al que mataron en el 36 y una bisabuela a la que no dejaron ejercer de maestra hasta pocos años antes de su jubilación. Con tres niñas pequeñas, a los 27 años, y gracias a que no les quitaron todas las tierras herencia de su padre, pudieron llegar a desarrollar una vida en un pueblo muy pequeño de Ávila. El cuerpo de mi bisabuelo no fue enterrado en una fosa de algún lugar remoto, sino que el primo de mi bisabuela pudo (no sé cómo) llevarlo en burro hasta poder enterrarlo decentemente”.

Recuperar el contacto con una antigua compañera de estudios, Alicia, y descubrir que lleva años buscando a su abuelo: “Le dispararon… Desapareció el cuerpo, no sé si aún con vida… Fue el primer día de la batalla de Guadalajara, el 31 de marzo 1938, y debe estar enterrado en ese mismo pueblo, pero no en el cementerio”.

Montse, otra lectora, me explicaba que el libro le hizo recordar a su abuelo paterno, al que, como a tantísimos otros jóvenes, como a Antonio, como a mis propios abuelos, lo reclutaron y, al acabar la guerra “no habló del tema, siempre lo he conocido con un carácter melancólico y hemos tenido la sensación en la familia que tuvo mucho que ver con esa etapa de su vida. Por eso cuando leía la historia de Lucía [uno de los personajes clave de ‘El viaje de Pau’] pensaba si algo así tuvo que vivirlo él y cuántas veces”.

A mis abuelos los reclutaron en el bando franquista. La elección era muy sencilla: o combates a los rojos o mueres. Fueron carne de cañón, pero afortunadamente vivieron para contarlo y ahora yo puedo reivindicar desde aquí que de una vez por todas en este país se haga justicia. Soy consciente de que se trata de un deseo con altas probabilidades de perderse en el vacío, pero aunque las instituciones españolas, con este gobierno heredero del franquismo y una justicia que niega cualquier investigación al frente, sean insensibles al dolor de cientos de miles de familias que mantienen abiertas las heridas de la represión, nos queda la esperanza de la movilización social y de los procesos abiertos en el extranjero.

En Argentina la querella contra los crímenes del franquismo sigue adelante. Hace pocos días la juez María Servini de Cubría dictaba una orden de detención contra cuatro torturadores del régimen, y aunque es evidente que el PP hará oídos sordos a la petición de extradición, el proceso que se desarrolla al otro lado del charco ha vuelto a poner el foco en el vergonzoso olvido del que disfruta en España la dictadura genocida, contraviniendo las convenciones internacionales respecto a la investigación de los crímenes contra la humanidad.

La justicia española cerró cualquier puerta a las víctimas “cargándose” a Baltasar Garzón, el juez que había abierto la causa, y acogiéndose a la Ley de Amnistía de 1977. Sin embargo, con la visita durante esta semana a España del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre Desapariciones Forzadas e Involuntarias se abre una pequeña grieta a la esperanza, aunque sólo sea para volver a dar visibilidad a la cuestión. Los representantes de la ONU se reunirán con víctimas, familiares de represaliados, asociaciones, abogados y políticos para recabar información sobre los desaparecidos entre 1936 y 1951.


Los cálculos más moderados hablan de 130.000 víctimas enterradas en cunetas y en las más de 2.000 fosas comunes repartidas por todo el territorio, además de unos 30.000 niños robados. Desde la sociedad civil han surgido movimientos, como la Plataforma por la Comisión de la Verdad contra los crímenes del franquismo, que integra a víctimas, asociaciones de memoria histórica, juristas y defensores de derechos humanos, que ha puesto en marcha la campaña #DiseloalaONU para difundir el mensaje de tantas personas que en este país todavía no saben dónde yacen los restos de sus familiares represaliados.

La plataforma “persigue la creación de una Comisión de la Verdad independiente que establezca la verdad histórica sobre los crímenes de la dictadura franquista, tal como recomiendan la ONU, el Consejo de Europa y Amnistía internacional, entre otras instituciones, y que esa verdad sobre los crímenes de la dictadura franquista pase a formar parte de la historia oficial de España”. Ardua tarea, sin duda, para la que será necesaria la colaboración de todas aquellas personas que consideren que las víctimas del franquismo merecen recuperar su identidad.

No puedo acabar sin agradecer al periodista, escritor y bloguero Santiago Pérez Malvido su post ‘130.000 silencios’, gracias al cual he descubierto la Fundación Internacional Baltasar Garzón, la Plataforma por la Comisión de la Verdad, la campaña #DiseloalaONU… y la inspiración necesaria para escribir este artículo.

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