Ya no te veo tras tu engolado rostro leonino. ¿Qué ha sido de Carlos? ¿Qué hiciste con aquel hombre risueño que contaba chistes y anécdotas jocosas y que con su sonrisa perpetua subyugaba a las sombras para que se alejasen de su ribera? Te has escondido, te has marchado al reino de los glaciares perdidos. Me has dejado sola en esta casa enorme y vacía, pues quien camina desde la alcoba a la cocina y después al salón, deambula por los pasillos y rezonga vocablos que no son frases completas, ése no es mi Carlos. Te ha atropellado la vida, eso es lo que te ha pasado. Te pusiste en medio de la autopista sin coraza de protección y ahora la vida te ha pasado por encima. ¿Quién es ese extraño que duerme a mi lado como si fuese tan sólo la funda de mi colchón? No recuerdo cuándo desapareciste, cuando conjuraste contra mí para que Carlos quedase suplantado por ese ser de rostro conocido a quien ya no reconozco.
No estás realmente ahí, por mucho que lo diga la negra intensidad de tus ojos y la fiereza animal de tus brazos fornidos cuando quedo atrapada entre ellos. Te miro y te vuelvo a mirar, a ver si soy capaz de columbrarte bajo la piel desnuda, pero nada. Todo está muerto y baldío, sólo siento frío cuando me acerco a ti. Eres un glaciar, un planeta inanimado.
Devuélveme a Carlos, devuélveme la vida.