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Ya no tengo miedo - Patricia Fernández Montero

Publicado el 06 diciembre 2018 por Lu

Ya no tengo miedo - Patricia Fernández Montero¿Te imaginas despertar y que nada sea igual? ¿Que todo tu mundo haya cambiado, para siempre? Esta es la historia, mi historia, la voz acallada durante años, el grito en el vacío que intenté lanzar, el sordo temor del pánico y que, hoy, ve la luz. Comparto esta historia con la de cientos de niños y personas que han vivido y viven bajo el agónico dolor de la violencia de género. Esto es un grito a la esperanza y un reclamo a la sociedad. El vértigo de las amenazas y el desgarro del dolor. La verdadera cara de los que nadie cuenta ni quiere oír, porque, a veces, da demasiado miedo.
Nº de páginas: 148 págs.Editorial: CLUB UNIVERSITARIO, 2016ISBN: 9788416312719
Opinión personal y reflexión profesional en este podcast.
Siempre me enseñó a tomar los problemas como circunstancias, a no rendirme y seguir adelante.
¿Sabes a qué has venido? He de decir que aquella pregunta era la que me resultaba de manera excepcional más absurda, no entendía a donde querían llegar, claro que sé a qué he venido, estoy mal psicológicamente, mi situación en estos momentos no es la mejor, me hago una idea de por qué estoy aquí contigo y de qué vas a intentar ayudarme enseñándome dibujos qué quieres que te descifre para así determinar cómo está mi mente.Obviamente, jamás le llegué a decir esto a ninguno de ellos, ya que mi historia con los dos primeros no fue tan determinada, quiero decir, no les conocía tanto, pero al fin y al cabo, salvo alguna excepción, todos los psicólogos que me trataron eran iguales, seguían las mismas pautas y les comencé a tener, creé una especie de recelo en mi interior hacia ellos, ya que no sabía muy bien cómo iban a interpretar mis palabras. Yo estaba absolutamente confusa y no era habitual en mí abrirme a un extraño.
Mi vida era totalmente distinta y, aunque creía que había cosas que habían cambiado en el buen sentido pese a todo, la presencia de policías, psicólogos, agentes sociales, etc. no era a lo que estaba acostumbrada. Pero ahora todos ellos formaban parte de mi rutina y, a mi parecer, no encajaban del todo en lo que yo consideraba una vida normal.
Ningún psicólogo creía muchas veces lo que le contaba; salvo mi madre, que me escuchaba, el resto del mundo parecía estar ciego y sordo ante lo que estaba ocurriendo. Lo único que tenía era a mi familia, y la mayoría iba contra nosotros. Algo que nunca llegué a entender.
Desde que no estaba con mamá, todo lo desconocido me asustaba.
Íbamos cada semana a ver a nuestra nueva psicóloga, yo nunca contaba en el instituto ni a nadie de mis amigos que acudíamos a terapia, no me gustaba. Allí casi nadie, por no decir nadie, sabía mi historia. Prefería que siguiera así por un afán de sentirme como el resto de mis compañeros.
Era como si estuvieran dispuestos a creerse todo. Acaso nadie se preguntaba por qué nosotros no queríamos estar allí, en vez de creerse todas las mentiras de él. Parecía que nadie fuese a reaccionar nunca, como si estuviesen sordos mudos e impasibles. Pero luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando una mujer muere a manos del maltrato, o cuando un niño presencia todo eso, porque ahí es cuando la situación ha tocado su peor extremo, y al final si hay pruebas, pero hasta que eso no pasa, la sociedad calla y ampara a personas como Fernando. Triste, pero cruel realidad.
Seguíamos yendo a nuestra psicóloga, que nos aconsejaba, nos escuchaba y, lo que más me gustaba, no nos juzgaba.

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