Nº de páginas: 148 págs.Editorial: CLUB UNIVERSITARIO, 2016ISBN: 9788416312719
Opinión personal y reflexión profesional en este podcast.
Siempre me enseñó a tomar los problemas como circunstancias, a no rendirme y seguir adelante.
¿Sabes a qué has venido? He de decir que aquella pregunta era la que me resultaba de manera excepcional más absurda, no entendía a donde querían llegar, claro que sé a qué he venido, estoy mal psicológicamente, mi situación en estos momentos no es la mejor, me hago una idea de por qué estoy aquí contigo y de qué vas a intentar ayudarme enseñándome dibujos qué quieres que te descifre para así determinar cómo está mi mente.Obviamente, jamás le llegué a decir esto a ninguno de ellos, ya que mi historia con los dos primeros no fue tan determinada, quiero decir, no les conocía tanto, pero al fin y al cabo, salvo alguna excepción, todos los psicólogos que me trataron eran iguales, seguían las mismas pautas y les comencé a tener, creé una especie de recelo en mi interior hacia ellos, ya que no sabía muy bien cómo iban a interpretar mis palabras. Yo estaba absolutamente confusa y no era habitual en mí abrirme a un extraño.
Mi vida era totalmente distinta y, aunque creía que había cosas que habían cambiado en el buen sentido pese a todo, la presencia de policías, psicólogos, agentes sociales, etc. no era a lo que estaba acostumbrada. Pero ahora todos ellos formaban parte de mi rutina y, a mi parecer, no encajaban del todo en lo que yo consideraba una vida normal.
Ningún psicólogo creía muchas veces lo que le contaba; salvo mi madre, que me escuchaba, el resto del mundo parecía estar ciego y sordo ante lo que estaba ocurriendo. Lo único que tenía era a mi familia, y la mayoría iba contra nosotros. Algo que nunca llegué a entender.
Desde que no estaba con mamá, todo lo desconocido me asustaba.
Íbamos cada semana a ver a nuestra nueva psicóloga, yo nunca contaba en el instituto ni a nadie de mis amigos que acudíamos a terapia, no me gustaba. Allí casi nadie, por no decir nadie, sabía mi historia. Prefería que siguiera así por un afán de sentirme como el resto de mis compañeros.
Era como si estuvieran dispuestos a creerse todo. Acaso nadie se preguntaba por qué nosotros no queríamos estar allí, en vez de creerse todas las mentiras de él. Parecía que nadie fuese a reaccionar nunca, como si estuviesen sordos mudos e impasibles. Pero luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando una mujer muere a manos del maltrato, o cuando un niño presencia todo eso, porque ahí es cuando la situación ha tocado su peor extremo, y al final si hay pruebas, pero hasta que eso no pasa, la sociedad calla y ampara a personas como Fernando. Triste, pero cruel realidad.
Seguíamos yendo a nuestra psicóloga, que nos aconsejaba, nos escuchaba y, lo que más me gustaba, no nos juzgaba.