Hoy no he podido estar en Madrid. Lazos laborales arrastran mi cuerpo hasta Colonia, y yo tiendo los brazos resignada hasta la fría Alemania, símbolo de todos los males del capitalismo y sus movimientos antecesores, cuna antigua, tal vez, de su remedio. Hoy no he podido estar en Madrid, y no lo estaré los días siguientes. En Madrid, mi Madrid, el del Marx Madera y el de No pasarán, el de las fiestas del PCE y los congresos con mis compañeros. Para mí, Madrid siempre ha sido metáfora de lucha. Y de solidaridad. Pero hace tiempo que no veo ese Madrid y ahora me pregunto si algún día existió. Si quizá lo inventé. Madrid, ¡te echo tanto de menos! Lo mismo que se siente nostalgia de un futuro tan inaccesible como el pasado, o añoranza de un pasado feliz que nunca existió. Y me lo pregunto aunque sé la respuesta, aunque sé que mis recuerdos son ficticios o sobrealimentados. La verdad es que nunca amé y nunca me amaron, nadie; para amar y ser amada se necesitan virtudes que yo jamás poseeré. La verdad es que nunca luché porque nunca tuve al lado con quién hacerlo. La verdad es que la soledad duele mucho más que la porra de un policía, y es mucho más aterradora. La verdad es que no hay vuelta atrás, es el final del camino, jamás podré recuperar lo que nunca tuve. Por mucho que lo ansíe y lo suplique con los labios cerrados: nunca vi como los otros vieron, y tal vez tampoco sentí como ellos. La verdad es que, aunque sepa los caminos, ya nunca llegaré a Madrid.