Ya se despertó Paaablooo…

Por Pingüicas

La otra noche estuve tentada a hacer algo prohibido. Beto estaba lejos, para variar, en un viaje de negocios. Yo llevaba varios días sola. Estuve a punto de hacerlo, pero me resistí. Apagué la luz y me fui a dormir sola… cada uno de mis hijos se quedó en su propia cama.

Beto nunca me deja llevarme a los niños a dormir con nosotros. Es curioso, pero justo lo que a mí más me encanta es lo que a él más le molesta: ese cuerpecito caliente del  “gusanito” durmiendo a tu lado, encajándote codos y rodillas, empujándote hacia la orilla de la cama. Me encanta. A Beto, le da calor e insomnio. Despertar con ellos al lado, jugando con tu pelo, picándote el ojo o jalándote la oreja, platicando emocionados porque ya empezó el día. Me fascina. Pero creo que Beto prefiere mil veces más el beep, beep, beep del despertador.

Ahora, Beto suele ser flexible (… bueno, más o menos), pero en donde no cede ni una gota es en este tema. Por lo tanto, quedó establecido que queda prohibido que los niños duerman en nuestra cama. Punto.

En el fondo, creo que tiene razón. Constantemente oigo a mis amigas quejándose de que sus hijos siempre se pasan a su cama a la mitad de la noche. La verdad, me da un poco de envidia. Aunque también creo que si esto pasara todas las noches, yo también acabaría alucinando este tema.

Mis pingüicos ya lo saben. Los meto en su cama y no salen de ahí hasta que voy por ellos al día siguiente. Literalmente. Desde que Pablo comenzó a hablar y hasta la fecha, cuando se despierta, canta: “Ya se despertó Paaablooo…”, y ahí se queda hasta que voy por él. Nunca he entendido bien por qué se refiere a sí mismo en tercera persona, pero Pía y Luca ya aprendieron; ellos también cantan: “Ya se despertó Paaablooo…”, aunque Pablo siga perdido entre los brazos de Morfeo.

En fin, el momento en el que abro la puerta de su recámara es la señal que les indica que ya está permitido bajarse de sus camas.

Sin embargo, esta mañana mi percepción cambió al momento de levantar la cobija de Pablo. Y es que me encontré con esto:

Ok, a veces me encantaría dormir con mis hijos… pero dormir con ellos más dormir con el avión, el marciano, el camión, el panda y el carrito… no gracias, mejor paso.

¿Quién puede dormir (cómodamente) con todo esto a su alrededor? No tengo idea. Pero comienzo a entender la razón por la cual Beto no quiere dormir con ellos. De la misma forma en la que yo no puedo entender cómo a Pablo no le importa que se le encaje una llanta o un ala en la espalda, Beto no entiende cómo yo puedo dormir con una codito entre las costillas.

Ok, él gana. Aquí se acabo este drama y cada quien para su cama.

Fin.