Cada vez me lo creo más. Acostumbrada a los intentos sin resultado, a la desesperación cuando los meses se convirtieron en un año y en más, a la preocupación constante –y tan mundana con respecto al resto del viaje, pues incluso en lo negativo está siendo sobre todo espiritual- de que se nos terminase el dinero y no pudiéramos continuar buscándole, el cambio de mentalidad ha sido también lento y trabajoso.
La madre biológica, mi amada mujer, lo vive a su manera y es a ella a quien le corresponde analizar sus sensaciones y sentimientos.
La madre del corazón, que soy yo, observa el crecimiento del vientre de su pareja, reivindica su papel ante los médicos que le miran con ojos interrogantes, cocina para la embarazada y ese ser pequeñito que se va transformando poco a poco –porque todo lo importante sucede siempre poco a poco- en bebé y hace todo lo posible para cuidarles a los dos, a su familia, a esa persona y media que son lo más importante de su vida.
También me voy llenando despacito de ilusión, de un combinado de alegría y esperanza que recorre, como si de un escalofrío se tratase, todo mi cuerpo empezando por los dedos de los pies y terminando en los rizos de mi cabeza y dejando una estela de piel de gallina a su paso.
Llegarás a finales de septiembre, mi bebé, para formar parte de una casa millonaria en besos, libros y algarabía.
A tus madres no les falta de nada y es por eso precisamente por lo que brillarás con tu propia luz, ya que no vienes para rellenar ningún hueco ni carencia sino porque eres la consecuencia lógica de nuestro amor. Te esperamos, pequeño, pequeña, lo que seas. Te esperamos para ser buenas madres y para equivocarnos también, pero sobre todo para quererte mucho, muchísimo, y que siempre estés seguro de ello, aunque sea lo único de lo que en ocasiones estés seguro.
El cuadro es de Howard Weingarden