Al mediodía, los niños se bañan desnudos en el río, se enjabonan el pelo al sol, desprenden miles de pompas de jabón que escapan al aire, y las muchachas trenzan coronas de alhelíes con las que adornan sus cabellos, bailan joviales la danza de la primavera. El bosque entero huele a alegría.
A la hora de la siesta, mientras los adultos duermen, cuando es imposible separar el silencio de la tierra, los niños se escapan a jugar en el campo, desvelan los secretos del mundo revolcándose en la hierba. Y por la noche, los niños toman la Luna en sus manos, en secreto juegan con ella sin que nadie lo sepa (en todo caso las madres que escuchan detrás de las puertas, algo sospechan). Entre enredos y risas, caen dormidos acurrucados oyendo el latido de su corazón.