Una convocatoria reciente para un encuentro entre profesionales nos ha aportado parte de las siguientes ideas. Este texto se basa en un intento de colocar los efectos indeseables de las actuaciones médicas en una perspectiva crítica.
La yatrogenia clínica fue definida por Ivan Illich (1976) como daños o lesiones “causadas a pacientes por tratamientos ineficaces, inseguros y erróneos”. Otros estudiosos del ámbito social han revisado cómo los daños y la precariedad, como secuelas de la violencia estructural, social y política, se pueden adscribir a la medicina, distorsionar la realidad de los tratamientos y dar lugar a resultados indeseables: “malos resultados”
Más allá de ver el daño y las lesiones como algo incidental a las técnicas o procedimientos médicos, algunos estudios muestran cómo muchos de los tratamientos y curas de biomedicina actúan, al alterar el cuerpo de una persona, el sentido de sí mismo, así como las relaciones familiares o su entorno social.
Así, la yatrogenia puede manifestarse como como consecuencia de un tratamiento excesivo o de intervenciones clínicamente injustificadas. Como actos deliberados y no incidentales o accidentales de mala conducta profesional o también por la falta de atención y negligencia.
Otros factores tales como lógicas biopolíticas discriminatorias y excluyentes, como el racismo, el sexismo, homofobia, edadismo o xenofobia, contribuyen a construir daños colaterales en la aplicación o no aplicación de la asistencia.
Entendemos la medicina como un bien moral inequívoco, los proveedores de asistencia médica como actores moralmente consistentes y los agentes del sistema de salud como benéficos, desprovistos de sesgos subjetivos o políticos, y mucho menos capaces de mala voluntad o mala conducta. Sin embargo la yatrogenia produce diversos efectos secundarios y remodela las futuras trayectorias de los cuidados.
La prudencia nos aconseja considerar la medicina en función de sus circunstancias. Tenemos la obligación de examinar más de cerca la medicina como potencialmente dañina, y al revisar los protocolos clínicos y las operaciones como procesos sociales y culturales, intentar tener en cuenta los efectos ocultos u oscuros inherentes al tratamiento y los cuidados.
Conviene además que las incidencias indeseables queden reflejadas en los registros al objeto de proteger los derechos de los pacientes, su salud y, a la vez, hacernos conscientes de lo que puede ocurrir y mejorar nuestro conocimiento.
Tema para la reflexión.
X. Allué (Editor)