Quedar con amigos no siempre es fácil, y mucho menos si son médicos: hay que cuadrar guardias, cirugías que se pueden alargar, sesiones, congresos y vida personal. A pesar de las listas de espera, un médico te ve antes como paciente que como amigo, por eso conviene aprovechar el día en que las constelaciones se muestran favorables. Esta vez lo conseguimos sin demasiado esfuerzo y sin imprevistos de última hora, que como dice una de mis amigas, nunca hay que cantar victoria hasta que estamos todas sentadas a la mesa.
Después de una mañana de consulta lo primero es reponer fuerzas. La comida japonesa es siempre apetecible, no solo es bonita sino también variada, y nos gustaba a las tres implicadas en el plan del día. Para empezar nuestra reunión escogimos el restaurante de Ayala, 67 (Ayala-Japón). Tras echarle un vistazo rápido a la carta, que a las tres y media de la tarde las tripas no admiten mucha demora, nos decantamos por el menú degustación: una ensalada, unos rollitos fritos de verdura, un poco de sashimi, otro poco de sushi en versiones nigiri (sobre monte de arroz) y maki (rollito), un tartar de salmón, otro de atún con soja y trufa, una muestra de teriyaki de toro y unos dimsums al vapor saciaron con creces nuestro apetito. Tras un té, con su sobremesa, y un retoque de pintalabios en el baño, estábamos listas para pasear por el barrio.
Dentro todavía había más preciosidades, tantas que no sabíamos por dónde empezar, quizá nos emocionamos más de la cuenta y entre las tres no sé si quedó algún sombrero sin probar. Su creadora nos explicó algunos detalles y nos ayudó a colocarnos los tocados de la manera más adecuada y favorecedora. Se notaba que disfruta con su trabajo, a cualquier otro le habríamos vuelto loco, pero ella compartía nuestro entusiasmo.