El posmodernismo —esa difusa calificación para denominar nuestro tiempo de forma benjaminiana, donde la cultura es un rompecabezas que cada quien organiza como quiere— nos ha habituado a la intensidad de la imagen dentro de su propia fugacidad. Esa viñeta inolvidable de dos aviones chocando contra las monolíticas Torres Gemelas el 11 (haciendo aun más gráfica la analogía con los números) de setiembre, selló definitivamente esa semiótica que, conscientemente y con saña, Hollywood se empeñó tanto en difundir. Un bucle en el devenir de los acontecimientos del mundo parece coherente, paradójicamente, después de aquella masacre surrealista perpetrada por Al Qaeda.
A esta reflexión, nos mueve una lectura de un extraordinario ensayo de Martin Amis sobre el 9-11, en el que hace un afilado análisis del tema[1]. La yihad islámica es la lucha ideológica del Islam llevada al límite por parte de un puñado de grupos, que generalmente se amparan bajo la égida del sunismo. Teniendo en cuenta la etimología de la palabra Islam (sumisión), un islamista perfecto debe ser sumiso absoluto a las leyes coránicas. Ya que este absurdo libro —a excepción de su excelsa poesía— fue «dictado» al profeta Mahoma por el arcángel Gabriel en el siglo séptimo de la era cristiana, toda su cosmovisión se remonta a los conceptos sociales de las tribus árabes medievales. Lapidaciones, decapitaciones, desmembramientos y toda suerte de vejaciones contra la dignidad humana son comunes bajo esta concepción religiosa. Si le sumamos la ausencia de periodo de crítica de este fenómeno religioso, el resultado es una religión extremista, donde el humanismo no tiene cabida.
Portada edición en inglés de El segundo avión de Martin Amis
Uno de los principales argumentos de los yihadistas contra Occidente —huelga decir Estados Unidos y las potencias europeas—, es su supuesta decadencia moral. Amis apunta que este fundamentalismo es eminentemente totalitario, ya que pretende apoderarse de la mente y el cuerpo de sus fieles. Una suerte de gran hermano metafísico que sigue al musulman a todas partes, pero sobre todo lo acompaña hasta la muerte. Este aspecto escatológico es esencial para comprender la miríada de sucesos trágicos, que para Occidente han salido a la luz desde aquella epifanía yihadista de 2001. Hasta aquí, esto no nos dice nada que no sepamos, «nada no sabido sabido», como precisamente apunta Amis.
Lo revelador es que todo a lo que estamos habituados en el mundo occidental: el espectáculo de la imagen, el consumismo desaforado, la explosión de la sexualidad, la filosofía de la futilidad espiritual, el culto al cuerpo, etc., son males morales que deberían desaparecer para purificar el mundo. La aniquilación de toda esta máquina decadente, traerá la luz de Alá al mundo, y consigo, las tinieblas del tedio. Imaginemos un mundo regido por el Islam, donde alguna majestad califal del Estado Islámico es un Hitler, un Stalin o un Inocencio III de este nuevo orden mundial. Es un mundo donde la Internet, la televisión, los libros, el vestuario, la comida, la educación y toda la vida y sus ramificaciones, estaría circunscrita por un estricto apego a la ley coránica ortodoxa. Sin duda, un mundo tan aburrido que los fanáticos de la yihad preferirían inmolarse estrellándose contra una torre piloteando un avión, que esperar un paraíso tras la muerte, viviendo en un infierno.
Y es que la vida cuando se convierte en inercia, en eso que se mueve por la fuerza de hábito más que por la pasión, como la comida, pierde su gusto y su sal, se vuelve simple. La mente dependiente de los fanáticos musulmanes yihadistas, los mantiene en perpetuo estado febril, de excitación casi sexual a la expectativa de una nueva masacre, asesinato en masa, atentado, decapitación o atrocidad. Su mente primitiva se conforma con la sangre por la sangre. Dice Amis que en España, se editan anualmente traducciones de libros en lengua árabe, incluso más que en los mismos países donde el árabe es lengua oficial. El autismo intelectual, esa inmovilidad del pensamiento, ha hecho que la rica fuente de la lengua árabe fundada por Mahoma en el Corán se haya empozado, convirtiéndose hoy día, en un pozo de prejuicios y atrocidades sin cuento.
¿A dónde nos llevaría un potencial dominio de la cultura islámica? Seguramente no al esplendor del califato de Córdoba, ni a la riqueza cultural del Imperio Otomano. El imperio del yihadismo islámico nos retrocedería a los tiempos de los bárbaros, de Atila y del dominio de la violencia tribal por la fuerza del terror. Un mundo donde las calles serían lúgubres, los hombres vestirían túnicas y largas barbas y las mujeres burkas, amortajando la belleza de sus encantos; traería la uniformidad y la mediocridad olímpica para las masas de fieles sumisos, y la gloria y el respeto, solo para el califa y el mulá.
Amis reflexiona acerca de otro fenómeno en estas sociedades autárquicas y monolíticas. Los kamikazes yihadistas, como Mohamed Atta —quizá el más famosos de estos héroes de la lucha santa—, condenados a una vida sometida a una aplastante mediocridad bajo el yugo ideológico, hallaron su redención perpetua a través del sacrificio. Solo así sus almas llegarían directamente a la contemplación de la gloria eterna con la recompensa generosa de vírgenes eternizadas y ríos de vino y miel. En la cultura del islamismo, así como en el nazismo, el cristianismo, el judaísmo (y en general todos los ismos), la muerte es el verdadero sentido del existir. Bajo esta fundamentación escatológica, no queda otra salida que la anulación de la propia vida. «Para los islamistas, la muerte es una consumación y un sacramento; la muerte es un comienzo»[2].Lo paradójico de este fundamentalismo es que por medio del terrorismo, de la sistemática masacre de inocentes, un pobre diablo, un “sumiso“ cero a la izquierda, pasará a la posteridad histórica por un acto donde esa cifra vacía se multiplica pasando a la derecha, para configurar de este modo la atroz operación de una dialéctica de la muerte.
[1] El segundo avión. Martin Amis 2009. Ed Anagrama. 232 pp.[2] El segundo avión, Terror y aburrimiento: la mente dependienteMartin Amis, pag 94. Ed Anagrama.