Lou es inteligente, pero le falta confianza en sí misma y, sobre todo, ambición. Prefiere refugiarse en las rutinas, en Storfold, su pequeño pueblo turístico gracias al castillo, ni se plantea intentar cambiar o mejorar su vida. Cambiar de trabajo, ir a la universidad... eso no es para ella. Lo mismo piensa Patrick, su novio. Un joven obsesionado con el running. El Hombre Maratón. Tiene una empresa de entrenadores personales y vive por y para el deporte y la vida sana. Es egoísta e inmaduro y no lo he tragado en ningún momento, para qué os voy a engañar. Will tiene 35 años y hace dos una moto lo atropelló mientras iba al trabajo y lo dejó en una silla de ruedas, tetrapléjico. Adiós a los deportes de riesgo, a su novia, a su trabajo de ejecutivo y, en definitiva, a su vida. Ha tirado la toalla, ha perdido las ganas de vivir, de salir de casa, de hacer cualquier cosa. No tiene ilusión. Está amargado, derrotado, consumido. Es solitario, cínico, borde, cruel, no le importa nada ni nadie. Su familia está desesperada, ya no sabe qué hacer para ayudarle. ¿Cómo ayudar a alguien que no quiere ayuda? Esa es la pregunta que Lou se plantea una y mil veces cuando comienza a trabajar como cuidadora de Will. Los dos son polos opuestos. No tienen absolutamente nada en común. Tengo que reconocer que al principio odiaba a Will con las mismas fuerzas con las que al final lo adoraba. No soportaba lo mal que trataba a la pobre Lou, a la que, por el contrario, cogí muchísimo cariño casi desde la primera página. Eso es precisamente lo que logra la autora con una gran maestría. Hacernos odiar, amar, reír, llorar. Hacernos sentir. Porque esta historia no se lee. No se imagina, se visualiza o se vive. Simplemente se siente. Sentimos la impotencia, el desconcierto, la rabia de Lou cuando fracasa una y otra vez en sus intentos de ayudar a Will. Y, por supuesto, sentimos con una fuerza aplastante el dolor, la tristeza, la soledad, la angustia de Will. Sus desproporcionados y al mismo tiempo comprensibles enfados cuando ve que nadie, ni Lou, ni su madre, ni su padre, ni su hermana, nadie, logra ponerse realmente en su lugar. Todos intentan ayudarle, pero nadie se plantea ni por un segundo que quizá lo que ellos quieran sea lo mejor para él, pero no lo que él quiere. Por eso, para él, todos son un hatajo de imbéciles que no saben respetar su voluntad. Es una novela que nos habla de un tema duro, para mí hasta entonces desconocido, complejo pero, por increíble que parezca, la autora logra tratarlo con un estilo tan cercano, sencillo, desenfadado que la lectura es una delicia. Una historia que, al contrario de lo que yo creía antes de leerla, no es una historia de amor. O al menos no es solo eso. Es muchísimo más. Una historia que me ha encantado y cautivado de principio a fin. Me ha sorprendido, me ha hecho disfrutar y, por encima de todo, me ha conmovido y emocionado. Me ha movido algo dentro, muy dentro. Una historia divertida, tierna y, con la misma fuerza, brutal y desgarradora. De las que nos hacen reflexionar y siguen en nuestra cabeza muchos días después de haberla terminado con lágrimas en los ojos.
Con una tremenda pena por tener que despedirme de estos personajes inolvidables que ya eran como de la familia. Una historia de amor, sí, pero también de sacrificio y de renuncia. Y al acabarla, además de recomendarla, no dejo de preguntarme ¿cómo he podido estar tanto tiempo sin leer esta obra maestra? Miro la novela y pienso, ¿qué lectora era yo antes de ti? Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.