El 9 de octubre del año 2000, sobre las dos de la tarde, cuando entraba con un amigo en una taberna de Plaza Nueva para tomar una cerveza, vi pasar el coche oficial de Luis Portero, que a esa hora terminaba su jornada en la Fiscalía y volvía a su domicilio. Media hora más tarde, se me paró el corazón cuando, en la televisión del bar, dieron la noticia de que el Fiscal Jefe del TSJA había sido asesinado en el portal de su casa de un tiro en la nuca. Los etarras que lo mataron habían estudiado sus rutinas y lo esperaban escondidos en el hueco del ascensor. Unos años más tarde, sentados en una terraza junto al Genil, Pedro Mari Baglietto me contó la terrible historia de su hermano Ramón, al que un comando etarra acribilló a balazos cuando conducía de Elgóibar, donde tenía una tienda de muebles, a Azcoitia, donde residía. Uno de los asesinos se bajó del coche desde el que lo ametrallaron, para rematarlo. Lo espantoso del asunto es que se trataba de Cándido Aspiazu, a quien, siendo un niño, Ramón Baglietto había salvado de morir atropellado por un camión, en un accidente en el que murieron la madre y un hermano del terrorista. Aspiazu fue condenado a cuarenta y nueve años de prisión, de los que sólo cumplió diez, y cuando salió de la cárcel, para mayor escarnio de sus víctimas, montó una cristalería en los bajos del edificio donde vivían la viuda y los hijos de Ramón. Recuerdo perfectamente el día que Pilar, la madre coraje de los Pagaza, nos contó en el salón de casa de su hija Maite, cómo mandó al mismísimo infierno al obispo Setién una mañana que se lo cruzó por San Sebastián y la carta que escribió en el ABC, dirigida a Patxi López -hoy tercera vía de un PSOE cada vez más desnortado- en la que, con determinación y enorme lucidez hizo el diagnóstico de lo que estaba por venir: la aceptación del relato político de los asesinos y la manipulación de la historia.
Por eso, cuando Maite Pagaza me envió al whatsapp el Manifiesto por un modelo de fin de ETA sin impunidad, que promueve junto a Fernando Savater, Consuelo Ordóñez y otros nombres históricos de la lucha contra ETA, lo firmé de inmediato y lo compartí con mis amigos y en las redes sociales en las que tengo cuenta. Porque, en estos tiempos de confusión moral, tenemos que lograr que el final del terror sea una historia de vencedores y vencidos, en la que los vencedores sean los buenos y los vencidos, los malos. A las personas de bien no hay que explicarles quiénes son los unos y quiénes los otros. * Publicado en GD Granada Digital ("Opiniones contundentes")