Yo: ¿Kane?, ¿Borges?, a la captura de paradigmas

Publicado el 20 junio 2013 por Darioalex

William Randolphh Hearst

Por Armando Franco Senén

 Que la prensa es un ente poderoso y transformador eso nadie lo pone en duda. Su marcada capacidad persuasora, manipuladora y reguladora debido a la generalización masiva de su consumo la han convertido,  en proporción directa a su desarrollo en el transcurso de los siglos, en blanco de atención de disímiles personalidades y sistemas políticos.

 Los extremos casi siempre son negativos y,  al parecer, en la prensa encontrar el bien entre el mal y el mal es decir el justo medio que se atribuya de cada mal lo que considere oportuno, eso resulta ser una tarea titánica.

Kane y Borges, en materia de comunicación, son seres antagónicos. El segundo nunca hubiera laborado en el Inquirier. El primero, en la Cuba 20 años después de su nacimiento fílmico, hubiera sido condenado al anonimato justo en el momento en que  comenzó a subordinar el comprometimiento con el servicio social a sus ansias de dominación.

Uno es norteamericano y el otro es cubano pero no entraré en la conversación sin códigos preestablecidos de ese diferendo absurdo entre dos naciones y sus escasos kilómetros fronterizos de aguas, en los que una partida, quizás  a ciegas de ajedrez político disputada por unos pocos confina a un sinnúmero de seres.

Kane no es Hearst, es, según a mi respecta, un personaje ficticio magnate de la prensa que a pesar de sus puntos de contacto con el amarillista William Randolph lo trasciende. Borges es real, pero  no me refiero en este caso al actual Subcampeón Mundial de salto con garrochas, sino al hombre que ha tutelado la ideología cubana durante las últimos dos décadas y para el cual la atención a la prensa ocupa una representativa porción de su contenido de trabajo.

Cada cual se cobija en la sombra de sus intereses, económicos o políticos. Uno, en analogía con la inventiva de la Guerra de los Mundos, de su creador,  sin escrúpulo alguno convierte un rumor en noticia, provoca escándalos y campañas irreales, exagera para vender. Otro,  mueve los hilos de una prensa inmóvil apenas transformada en medio siglo, dogmatizada y burocratizada según estigmas políticos, cual titiritero prefiere no molestar a los mandamases de la compañía de circo que jamás se han equivocado ni se equivocarán. ¿ Inventar la noticia o necesitar de permisos que demoran incluso hasta que esta haya perdido su valor?

Charles Foster, figura pública y candidato presidencial, expulsa de sus medios a periodistas por ser objetivos. Rolando Alfonso, apenas conocido y visto, casi de forma mística  garantiza, en nombre del bien colectivo, una afonía sistematizada, causante de que los cubanos de hoy  consuman e incluso crean en rumores sin sentidos promulgados por falsos líderes de opinión,  porque nuestra prensa solo baila en salones autorizados.

Alfonso, de seguro, hubiera impedido que las fotos del aventurero Kane fueran publicadas y troncharan su carrera política. Foster, quizás, ha aconsejado algún día a Borges de que se olvide de los valores noticias, la objetividad, prominencia y todas esa rutinas de academia y manipule un tanto la verdad o al menos haga silencio como la única opción para mantener su estatus y recibir una palmadita en el hombro de felicitación por sus logros. Ambos justifican los medios por el fin.

Los norteamericanos aún consumen prácticas periodísticas teñidas de amarillo. Foster perdió el equilibrio y ni siquiera su majestuoso lecho acicaló su trágico deceso.  Los cubanos son sinónimo de escepticismo. Alfonso justifica cada peripecia y se vanagloria de insípidas mejorías  como la posibilidad de apreciar un canal de noticias regional con escasos niveles de audiencia incluso en el país donde se produce.

De Kane conozco por las dos horas cinematográficas que marcaron su aparición y que lo inmortalizaron. De Alfonso solo sé criterios ajenos y la impresión causada mientras lo escuchaba hablándole a los periodistas hace solo unos días. Para escucharlo debí posponer un examen. El profesor teme que me desvirtué, no por dar oídos a sus disecciones, sino por dejar a un lado mis obligaciones docentes.

Aprendiz de periodista, yo,  sacaré mis conclusiones e imaginariamente construiré mi paraje intermedio y con todo esto intentaré hacer un ejercicio de clases que le debo al propio profesor.