Yo me bordé mi ajuar

Publicado el 25 junio 2018 por Molinos @molinos1282
Leo la última entrega del "Querido diario" de Tallón sobre el mundial y su peripecia en una boutique "del botón" en la que en su escaparate se anuncian «Los 430 colores más bellos para bordar» y me acuerdo de la caja de hilos de bordar de mi madre. Era una caja azul de lata (que seguro que está por casa aún, recordemos que mi madre es inmune a Mary Kondo) con un paisaje inglés pintado en la tapa. No recuerdo que nunca tuviera galletas ni dulces así que quizás la heredamos de alguien. Mi madre la tenía llena de hilos de bordar de colores. Los ovillos de hilo de bordar son tan bonitos y dan tantas ganas de coser como las cajas perfectas de lápices de colores. Las ves en los escaparates y no puedes contener las ganas de tener una hoja en blanco y empezar a pintar porque con esos lápices seguro que consigues dibujar algo precioso. La realidad te pone en tu sitio enseguida y, poco a poco, decides resignarte a mirar los lápices en el escaparate. Con los hilos pasa lo mismo, durante años los admiras en su caja como si fueran un tesoro, sus colores brillantes, ordenados por tonalidades y ves a tu madre cosiendo y bordando servilletas, manteles, sábanas, toallas. Parece fácil, ella lo hace sin mirar, mientras ve la tele, mientras charla contigo, mientras te echa broncas sin pincharse... y piensas «no puede ser tan difícil». Y así, con el enésimo «no puede ser tan difícil» de tu vida te encuentras un buen día bordando tu ajuar. Sí, yo me bordé mi ajuar. Dos juegos de sábanas, dos manteles, dos juegos de toallas y no sé si se me olvida algo. Y aún hay más, tengo un baúl del ajuar que, ahora, utilizamos de mesilla de noche y en el que guardo la ropa de verano en invierno y la de invierno en verano. 
Bordarme el ajuar se me dio bastante mejor que pintar cualquier cosa. Bordé mi nombre con un precioso hilo azul marino en unas toallas blancas que todavía utilizo. Bordé unas preciosas hojas, en distintas tonalidades de ocre, en una tira que luego cosí a un juego de sábanas, bordé mil adornos multicolores en un mantel rojo intenso que responde con precisión al adjetivo "navideño" y sé, que en alguna bolsa, en algún armario, en una bolsa amarilla de Antoñita Jimenez, me  está esperando un precioso mantel blanco con un millón de flores de colores. No lo terminé, me casé antes de terminarlo y, después, no encontré el momento ni el tiempo para retomarlo. 
Ayer pensé que quizás sea el momento de retomarlo. ¿Por qué? Por llevar la contraria. Asisto con incredulidad, sorpresa y con bastantes ganas de repartir collejas como Amparo Baró en aquella serie mítica de televisión, a una reinterpretación de cada pensamiento, acción, reacción u omisión de la vida diaria, de la vida diaria de las mujeres, de mi vida diaria como mujer, madre, divorciada, trabajadora... en función del supuesto machismo que domina mi vida sin que, por lo visto, yo me entere. Y entonces, mientras asisto atónita a esta ola de «vengo a explicarte como es el mundo porque los hombres son todos malos y tú no te enteras» pienso en cómo se interpretaría el hecho de que yo me bordara mi ajuar. Supongo que, completas desconocidas poseedoras de la verdad absoluta por el mero hecho de ser mujeres, me dirían que el hecho de que me bordara mis toallas, mis manteles y mis sábanas y los guardara en un baúl constituye un ejemplo de cómo el patriarcado y la idea de que mi futuro era casarme me oprimió para hacer eso. 
Y la verdad, la realidad, es que  bordé mi ajuar porque me encantaban los hilos de colores de la caja de lata azul.