Natalia Carrero (Barcelona, 1970) se dio a conocer con Soy una caja (2008) y Una habitación impropia (2011), dos libros inspirados por Clarice Lispector y Virginia Woolf, respectivamente. En Yo misma, supongo (2016), su tercera novela, no hay una referencia explícita a ninguna de ellas, aunque la experimentación formal y la búsqueda del cuarto propio siguen siendo las obsesiones de la protagonista, Valentina Cruz, una mujer que escribe pero todavía no ha publicado, y por lo tanto aún no tiene la categoría, si es que existe esta categoría, de escritora. He aquí, pues, una apuesta por la escritura de sí misma, un intento de contarse, de expresarse a través de la creación literaria cuando esta no es más que un manuscrito en el cajón. Valentina, que significa «valiente». Cruz, la negación de sus aspiraciones. Una mujer nacida en Barcelona que se instala más tarde en Madrid, como Natalia Carrero. Y, si bien la autora aclara que «Valentina Cruz no es Natalia Carrero», admite que no logró separarse del todo del personaje, por lo que este texto puede leerse, al menos en parte, como una autoficción, como la voz de «alguien parecida a mí que intenta escribir mientras vive» (p. 83).
Natalia Carrero