Me acuerdo de cuando lucía yo mi –enorme-
barriga y sentía a mi chiquitín dar sus pataditas –zurdazos-. A las mamás se nos pone esa cara tiernorra de
amor que nos rebosa por los cuatro
costados. Das un paseíto por el parque y ves a los niños jugar, de todas las edades, y te quedas embobadita mirando,
escuchándoles reír, observando su juego…. Pero también sus gritos, sus peleas,
sus rabietas, sus llantos…. Y entonces, inevitablemente, buscas con ojos ávidos
a esos progenitores que permiten ese modo de proceder. Y tú, desde tu
ignorancia de embarazada feliz que
no tiene idea de la que te viene encima afirmas en tu interior, muy segura de
ti misma: “Yo no lo haré”. Sigue leyendo