Cuesta escribir sobre hechos acaecidos en 1983 en momentos tan dramáticos como los que estamos viviendo en 2012. Entonces nos estábamos “liberando” del miedo al franquismo, había sed de emancipación, confianza en el poder del pueblo y la caverna, aplastada por el triunfo arrollador del PSOE en el 82, se disfrazaba de demócrata porque no podían jugar a lo suyo, que estaba mal visto y era garantía de rechazo social. Hoy tenemos un gobierno y un partido en el poder que jamás ha condenado el franquismo (y nadie, con autoridad para ello, se lo ha exigido), que está desahuciando al pueblo y enriqueciendo a los poderosos, que aplica la fuerza como argumento, que legisla sin la menor sensibilidad social, amparado en una mayoría absoluta ilegítima (porque la consiguió con falsas promesas) y que se ha convertido en una amenaza para la democracia que, en 1983, nos parecía inviolable.
Esto se veía venir: se empieza por hacer de los nietos del dictador figuras amables de los programas de entretenimiento televisivo y se acaba por convencer, a aquellos que no conocieron cómo las gastaba el de El Ferrol, de que el abuelo, quizás, no había sido tan mala persona. A buenos observadores, pocas sorpresas: éste es un regreso al despotismo, anunciado y, lo que es peor, tolerado tácitamente por buena parte de la clase política y por millones de ciudadanos que, con sus votos, lo han avalado.
Y no quiero decir que en 1983 el panorama patrio no fuera manifiestamente mejorable o, al menos, a nuestro personaje, El Cabrero, se lo parecía: “Ya veremos qué hacen con tantos votos y con la esperanza que la gente ha puesto en ellos.. pero a mí, mientras no pongan en marcha una reforma agraria y acaben con el protagonismo de la iglesia, no me van a convencer”. Y fue, con Paco Ibáñez, Javier Krahe y un buen puñado de cantautores lúcidos y rebeldes, una voz discordante entre los artistas e intelectuales de la izquierda (y algunos de derechas) cuando la mayoría de ellos que se pasaron, en tropa, con todos los bártulos, al partido con más poder y apoyo popular conocido hasta ahora.
No critiques a mi copla
y apréndela tú también
que corra de boca en boca
pa que el pueblo sepa bien
quién lo engaña y quién lo explota.
Que lo van a arreglar to
van diciendo por ahí
y se inventa un sermón
que te tienes que reír
de lo embusteros que son.
Estos dos fandangos, grabados en 1983, no dejaban dudas sobre la postura de El Cabrero que, por lo visto, compartían muchos aficionados:
“…Después de aquello parecía imposible que las dos mil personas tuviesen más capacidad de entusiasmarse. Era realmente difícil el papel de cantar tras el torrente de Juan el Lebrijano. Y salió José‚ – el hombre que ama la libertad, en palabras del presentador – y armó el taco: Qué barbaridad! qué‚ poderío! tan sólo plantar sus botas en las tablas y ya todo el mundo metido en el pañuelo. El Cabrero, reclamado como ningún otro por los amantes del autógrafo, rodeado siempre por la admiración de quienes adoran sus maneras y cuando canta le vitorean sin desmayo. La multitud entera, allí en Lebrija, cuna de cantes, alborotando ovación para El Cabrero” (J.L. Ortiz Nuevo, Diario 16, La Caracolá de Lebrija, Julio 1983)
“El Cabrero triunfó apoteósicamente con sus cantes de Cádiz, apolás, sequiriya y muchas cosas más ya que el público, puesto en pié‚ le aplaudía fuertemente haciéndole volver al escenario”. (F. Luque Estrada, ABC, Festival de Cante Grande de Puente Genil, Agosto 1983)
“Serían las cinco de la madrugada y el público quería más y más “Otra, José‚!” y otra les daba El Cabrero, puesto ya en figura cerrando el espectáculo en ese puesto que nadie quiere para sí, manque sea el destinado al principal, porque una de dos, o no te escucha nadie o la gente, no se cansa de pedir más cante. Y todo lo que pudo se lo dio José, El Cabrero, ese mito del flamenco contemporáneo que nada más salir electriza al personal en masa y los vuelve locos, vamos completamente locos” (J.L. Ortiz Nuevo, Diario 16, Festival de Torreblanca del Sol, 1983)
“..Es uno de los festivales que convoca más alta concurrencia. De seis mil pasaban la otra noche, unos a escuchar otros por ir, bullendo por toda la madrugada en atención del arte… Pasaban ya las seis de la madrugada y en toda nuestra tierra, por gracia de las ondas de Radiocadena, se podían oír los vertiginosos fandangos de El Cabrero, en olor de gloria, Cabrero y Sousa, una pareja insólita: la fuerza salvaje de la sierra y el primor de un enamorado de Paco del Gastor, cosas que pasan en el Flamenco. (J.L. Ortiz Nuevo, Diario 16, Festival La Torre del Cante, 1983)
No pasó desapercibida la disconformidad de El Cabrero ni para los poderes ni para los medios afines, como se verá más adelante y a José no lo pilló de sorpresa el precio que pagaría por no cantar a coro porque siempre sospechó que la factura sería proporcional al apoyo del respetable: cuanto más lo demandara la afición, más amplio sería el veto a su figura… y acertó de lleno.
Yo no soy el animal
que se calla por un pienso
yo no soy ese animal
porque tengo en mis adentros
una disconformidad
que me sirve de alimento
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