Tenía curiosidad por leer Yo, precario. Si estáis conectados a las redes sociales –a los espacios virtuales donde se habla de libros– os habréis dado cuenta de que desde que se publicó esta novela-crónica de Javier López Menacho (Jerez de la Frontera, 1982), hace muy poco tiempo, en marzo de 2013 (escribo esta entrada a principios de mayo), su repercusión está siendo grande, un éxito para la recepción media que suelen tener las novelas actuales de autores jóvenes y noveles que publican en editoriales pequeñas. López Menacho ha sido entrevistado en la radio, ha acudido a programas de estimable audiencia (y no precisamente especializados en temas culturales) y ha concedido entrevistas a diversos medios periodísticos. Para ser el primer libro de un joven autor, Yo, precario está teniendo una notable repercusión; posiblemente inesperada para él mismo y para su editor, Enrique Murillo.
Ya he contado en el blog que en el colegio donde trabajo existe la tradición de que, por motivo del Día del Libro, se organiza en cada clase un amigo invisible y de esta forma los alumnos, junto con su tutor, se regalan un libro. La experiencia me dice que si quiero que algún alumno (o sus padres, más bien) me regalen un libro que pueda leer es mejor que sugiera algún título en el papelito con mi nombre que introduzco en el estuche de algún alumno para llevar a cabo el sorteo del amigo invisible. Los títulos que sugiero preferiblemente deben ser novedades, libros fáciles de encontrar en El Corte Inglés. Entre los títulos que propuse en esta ocasión estaba Yo, precario. Justo terminaba Chronic City y lo leí en dos días, poco después de recibirlo como regalo.
Al comienzo de su libro López Menacho, entre otras citas, sitúa una muy oportuna de Hunter S. Thompson, el escritor de libros como Miedo y asco en las Vegas, y creador del llamado periodismo gonzo (“un modelo de periodismo que plantea eliminar la división entre sujeto y objeto, ficción y no-ficción, y objetividad y subjetividad”, dice la wikipedia). Al final del libro, López Menacho agradece al escritor Jordi Carrión que le permitiera asistir a su curso de periodismo (de forma gratuita, como he leído en internet) y que le animara a escribir las crónicas –de espíritu gonzo– sobre sus diversos trabajos, cuyo nexo de unión principal es su escasa remuneración, su temporalidad y su precariedad.
La frase inicial del libro está cargada de simbolismo: “Lo primero que tienes que hacer es quedarte en calzoncillos” (pág. 21): un joven (aunque ya no tan joven, con veintinueve años, vislumbrando ya la frontera huidiza de los treinta), el propio López Menacho, harto de tener que pedir dinero a sus padres, se ha mudado a Barcelona en busca de trabajo. Tiene una carrera universitaria (Turismo) y un máster, pero esto no le permite alcanzar un trabajo agradable. El orgullo de no depender de sus padres le va a llevar a aceptar unos trabajos que, de poder elegir, no habría aceptado; unos trabajos ante los que su dignidad puede sufrir el percance de quedarse en calzoncillos. “Estoy aprendiendo los límites del mercado laboral, la degradación de la dignidad humana alrededor de la idea de que para vivir hay que trabajar, estoy viviendo una época de la historia que resulta deprimida pero apasionante y, al tiempo, aprendiendo mis propias limitaciones como persona. La incertidumbre de no saber qué hay más allá del mañana es, en cierto modo, adrenalina pura, algo que te hace sentir vivo”, afirma el narrador en la página 40. En este párrafo, posiblemente, queda marcado el tono de Yo, precario: la denuncia y a la vez la necesidad de seguir adelante a pesar de todo. Y éste es posiblemente el mayor logro de este libro: compaginar la rabia ante los abusos sufridos (el narrador cobra poco, y en algún trabajo ni siquiera le pagarán) con la ironía (me he reído más de una vez leyendo estas páginas), la compasión y en gran medida la ternura. Donde queda mejor reflejado todo lo anterior es en la primera –y más extensa– parte del libro, en la que se habla de los avatares del autor como mascota publicitaria de una famosa marca de chocolatinas: la ridiculez de un trabajo del que le avergüenza hablar a sus conocidos y a la vez la descripción de lo agradable que puede ser trabajar para los niños, que, inocentes, dudan de si dentro de la barra gigante de chocolate hay un hombre o no. Los restantes trabajos descritos son: auditor de máquinas de tabaco en bares, una campaña de publicidad a pie de tienda para atraer clientes hacia unos servicios telefónicos y animador en un cine de los partidos de la selección de fútbol en la última copa de Europa.
El lenguaje que emplea López Menacho para sus crónicas, sin ser descuidado, hace hincapié en su deseo de oralidad, con abundantes palabras coloquiales: paripé (pág. 23), chorradas (pág. 24), molo (pág. 25) guiris (pág. 50), canis (pág. 51). El libro, además de una muestra de periodismo gonzo, puede leerse como una novela; aunque el narrador ha decidido contarnos una parte muy concreta de su existencia: la relacionada con el trabajo (que paradójicamente es de la que no se suele hablar en otros libros y películas, donde los personajes disponen de todo el tiempo del mundo para enamorarse, viajar o charlar con los amigos en el bar...). Yo, precario se hace corto (los libros que se leen con agrado suelen hacerse cortos), y es posible que el libro habría llegado a tener más enjundia como novela si el personaje nos hubiera permitido vislumbrar de una forma más cercana su vida; aunque sí sabremos, por ejemplo, que comparte piso con otra gente joven, que cuando sale prefiere volver pronto a casa para no gastar el dinero que no tiene, que en el pasado tuvo una relación con una novia estudiante de Administración y Dirección de Empresas... Me parece una acierto el irónico contraste que se crea al final entre el protagonista, que desea que la selección de fútbol siga ganando partidos en la Eurocopa, porque así podrá seguir animando sus partidos en el cine y por tanto ganar más dinero con el que pagar el alquiler, y el interés que la sociedad pone en unos jóvenes privilegiados a los que se transmiten las “esperanzas” de un país.
Imagino que algunos lectores tendrán la referencia: en los años 90 del pasado siglo desembarcó en España con fuerza una joven narrativa italiana, de la que sus miembros, como nombre de guerra generacional, se hacían llamar “jóvenes caníbales”. Y entre aquellos libros, de los que leí más de uno, recuerdo con simpatía una novela escrita en 1993 por un joven Giuseppe Gulicchia, que en el momento de la publicación de su libro Todos al suelo tenía veintitrés años. Yo, precario, por su irónico y tierno retrato de una juventud desencantada, me ha recordado bastante a esa novela.
Hace dos semanas hablaba en el blog de otra novela editada por Los libros del lince, El peor de los guerreros, del joven escritor chileno Rodrigo Díaz Cortez. Esta novela, con su trabajado lenguaje, sus juegos temporales y la viveza de la trama, me parece más literaria que Yo, precario; pero posiblemente he leído Yo, precario con más interés, ya que el tema escogido se me ha hecho muy cercano. Aunque hace tiempo que dejé de ser un idealista que piensa que la literatura puede actuar de forma directa sobre la realidad, sí que me parece importante que existan libros ahora mismo en España que retraten en primera persona la crisis que estamos viviendo.
A partir de aquí, de su inesperado éxito, Javier López Menacho tendrá que escoger qué clase de autor quiere ser, pues parece difícil repetir el éxito de una obra autobiográfica como la que ha escrito. El comienzo de una de las crónicas del Campeonato –concretamente la titulada El cruce de caminos (España 2 – Francia 0)–, que comienza con la frase: “Cuando era más pequeño, tenía un amigo que ocupaba un escalafón muy bajo en la caprichosa jerarquía piramidal que gobernaba mi pandilla” (pág. 149) y en las que en unas escasas páginas realiza un retrato muy vívido y certero de uno de sus amigos de la infancia, me hace pensar que López Menacho tiene talento para adentrarse con facilidad en las aguas de la ficción.Editorial Los libros del lince. 173 páginas. 1ª edición de 2013. Prólogo de Manuel Rivas.
Tenía curiosidad por leer Yo, precario. Si estáis conectados a las redes sociales –a los espacios virtuales donde se habla de libros– os habréis dado cuenta de que desde que se publicó esta novela-crónica de Javier López Menacho (Jerez de la Frontera, 1982), hace muy poco tiempo, en marzo de 2013 (escribo esta entrada a principios de mayo), su repercusión está siendo grande, un éxito para la recepción media que suelen tener las novelas actuales de autores jóvenes y noveles que publican en editoriales pequeñas. López Menacho ha sido entrevistado en la radio, ha acudido a programas de estimable audiencia (y no precisamente especializados en temas culturales) y ha concedido entrevistas a diversos medios periodísticos. Para ser el primer libro de un joven autor, Yo, precario está teniendo una notable repercusión; posiblemente inesperada para él mismo y para su editor, Enrique Murillo.
Ya he contado en el blog que en el colegio donde trabajo existe la tradición de que, por motivo del Día del Libro, se organiza en cada clase un amigo invisible y de esta forma los alumnos, junto con su tutor, se regalan un libro. La experiencia me dice que si quiero que algún alumno (o sus padres, más bien) me regalen un libro que pueda leer es mejor que sugiera algún título en el papelito con mi nombre que introduzco en el estuche de algún alumno para llevar a cabo el sorteo del amigo invisible. Los títulos que sugiero preferiblemente deben ser novedades, libros fáciles de encontrar en El Corte Inglés. Entre los títulos que propuse en esta ocasión estaba Yo, precario. Justo terminaba Chronic City y lo leí en dos días, poco después de recibirlo como regalo.
Al comienzo de su libro López Menacho, entre otras citas, sitúa una muy oportuna de Hunter S. Thompson, el escritor de libros como Miedo y asco en las Vegas, y creador del llamado periodismo gonzo (“un modelo de periodismo que plantea eliminar la división entre sujeto y objeto, ficción y no-ficción, y objetividad y subjetividad”, dice la wikipedia). Al final del libro, López Menacho agradece al escritor Jordi Carrión que le permitiera asistir a su curso de periodismo (de forma gratuita, como he leído en internet) y que le animara a escribir las crónicas –de espíritu gonzo– sobre sus diversos trabajos, cuyo nexo de unión principal es su escasa remuneración, su temporalidad y su precariedad.
La frase inicial del libro está cargada de simbolismo: “Lo primero que tienes que hacer es quedarte en calzoncillos” (pág. 21): un joven (aunque ya no tan joven, con veintinueve años, vislumbrando ya la frontera huidiza de los treinta), el propio López Menacho, harto de tener que pedir dinero a sus padres, se ha mudado a Barcelona en busca de trabajo. Tiene una carrera universitaria (Turismo) y un máster, pero esto no le permite alcanzar un trabajo agradable. El orgullo de no depender de sus padres le va a llevar a aceptar unos trabajos que, de poder elegir, no habría aceptado; unos trabajos ante los que su dignidad puede sufrir el percance de quedarse en calzoncillos. “Estoy aprendiendo los límites del mercado laboral, la degradación de la dignidad humana alrededor de la idea de que para vivir hay que trabajar, estoy viviendo una época de la historia que resulta deprimida pero apasionante y, al tiempo, aprendiendo mis propias limitaciones como persona. La incertidumbre de no saber qué hay más allá del mañana es, en cierto modo, adrenalina pura, algo que te hace sentir vivo”, afirma el narrador en la página 40. En este párrafo, posiblemente, queda marcado el tono de Yo, precario: la denuncia y a la vez la necesidad de seguir adelante a pesar de todo. Y éste es posiblemente el mayor logro de este libro: compaginar la rabia ante los abusos sufridos (el narrador cobra poco, y en algún trabajo ni siquiera le pagarán) con la ironía (me he reído más de una vez leyendo estas páginas), la compasión y en gran medida la ternura. Donde queda mejor reflejado todo lo anterior es en la primera –y más extensa– parte del libro, en la que se habla de los avatares del autor como mascota publicitaria de una famosa marca de chocolatinas: la ridiculez de un trabajo del que le avergüenza hablar a sus conocidos y a la vez la descripción de lo agradable que puede ser trabajar para los niños, que, inocentes, dudan de si dentro de la barra gigante de chocolate hay un hombre o no. Los restantes trabajos descritos son: auditor de máquinas de tabaco en bares, una campaña de publicidad a pie de tienda para atraer clientes hacia unos servicios telefónicos y animador en un cine de los partidos de la selección de fútbol en la última copa de Europa.
El lenguaje que emplea López Menacho para sus crónicas, sin ser descuidado, hace hincapié en su deseo de oralidad, con abundantes palabras coloquiales: paripé (pág. 23), chorradas (pág. 24), molo (pág. 25) guiris (pág. 50), canis (pág. 51). El libro, además de una muestra de periodismo gonzo, puede leerse como una novela; aunque el narrador ha decidido contarnos una parte muy concreta de su existencia: la relacionada con el trabajo (que paradójicamente es de la que no se suele hablar en otros libros y películas, donde los personajes disponen de todo el tiempo del mundo para enamorarse, viajar o charlar con los amigos en el bar...). Yo, precario se hace corto (los libros que se leen con agrado suelen hacerse cortos), y es posible que el libro habría llegado a tener más enjundia como novela si el personaje nos hubiera permitido vislumbrar de una forma más cercana su vida; aunque sí sabremos, por ejemplo, que comparte piso con otra gente joven, que cuando sale prefiere volver pronto a casa para no gastar el dinero que no tiene, que en el pasado tuvo una relación con una novia estudiante de Administración y Dirección de Empresas... Me parece una acierto el irónico contraste que se crea al final entre el protagonista, que desea que la selección de fútbol siga ganando partidos en la Eurocopa, porque así podrá seguir animando sus partidos en el cine y por tanto ganar más dinero con el que pagar el alquiler, y el interés que la sociedad pone en unos jóvenes privilegiados a los que se transmiten las “esperanzas” de un país.
Imagino que algunos lectores tendrán la referencia: en los años 90 del pasado siglo desembarcó en España con fuerza una joven narrativa italiana, de la que sus miembros, como nombre de guerra generacional, se hacían llamar “jóvenes caníbales”. Y entre aquellos libros, de los que leí más de uno, recuerdo con simpatía una novela escrita en 1993 por un joven Giuseppe Gulicchia, que en el momento de la publicación de su libro Todos al suelo tenía veintitrés años. Yo, precario, por su irónico y tierno retrato de una juventud desencantada, me ha recordado bastante a esa novela.
Hace dos semanas hablaba en el blog de otra novela editada por Los libros del lince, El peor de los guerreros, del joven escritor chileno Rodrigo Díaz Cortez. Esta novela, con su trabajado lenguaje, sus juegos temporales y la viveza de la trama, me parece más literaria que Yo, precario; pero posiblemente he leído Yo, precario con más interés, ya que el tema escogido se me ha hecho muy cercano. Aunque hace tiempo que dejé de ser un idealista que piensa que la literatura puede actuar de forma directa sobre la realidad, sí que me parece importante que existan libros ahora mismo en España que retraten en primera persona la crisis que estamos viviendo.
A partir de aquí, de su inesperado éxito, Javier López Menacho tendrá que escoger qué clase de autor quiere ser, pues parece difícil repetir el éxito de una obra autobiográfica como la que ha escrito. El comienzo de una de las crónicas del Campeonato –concretamente la titulada El cruce de caminos (España 2 – Francia 0)–, que comienza con la frase: “Cuando era más pequeño, tenía un amigo que ocupaba un escalafón muy bajo en la caprichosa jerarquía piramidal que gobernaba mi pandilla” (pág. 149) y en las que en unas escasas páginas realiza un retrato muy vívido y certero de uno de sus amigos de la infancia, me hace pensar que López Menacho tiene talento para adentrarse con facilidad en las aguas de la ficción.