Actualmente estoy leyendo un ensayo denso, bien escrito y fascinante, como sólo saben hacerlo los historiadores británicos: "Postguerra", del tristemente fallecido Tony Judt. Entre otros muchos asuntos, se trata el de Checoslovaquia, una tierra maltratada por la historia en el siglo XX, con una población cultural y económicamente equiparable a la de cualquier país próspero occidental fue ocupada sucesivamente por los alemanes y por los rusos, viéndose obligada a adoptar regímenes que coartaban los naturales deseos de libertad de la mayoría de la gente. El intento de llegar a un compromiso de "comunismo con rostro humano", de 1968, cuyo capítulo leí ayer, es relatado magistralmente por Judt como la tragedia de un pueblo que acabó traicionándose a sí mismo en gran medida. Recomiendo vivamente leer "La broma", de Milan Kundera, para comprender el espíritu de aquellos tiempos.
El estilo de Hbrabal tiene muchos ecos de Franz Kafka (autor, por cierto, que se intentó hacer olvidar durante el comunismo, quizá porque predijo asombrosamente sus contradicciones) en su modo particular de acercarse y narrar la realidad, desde el punto de vista entre asombrado e ingenuo de quien interpreta a su modo los hechos más insólitos.
Los grandes escritores son observadores meticulosos de la vida y Hbrabal es uno de ellos. "Yo que he servido al rey de Inglaterra" es narrada, recordando un poco la novela picaresca, por un joven que quiere abrirse camino en la vida desde abajo, por lo que comienza siendo camarero en grandes hoteles y absorbiendo con su mirada atenta la vida que sucede a su alrededor. No nos encontramos exactamente ante una novela de aprendizaje, las intenciones de Hbrabal son muy distintas. A través de la peripecia del protagonista, el lector va teniendo noticias de los avatares que suceden en el país.
El deseo de subir en la escala social, de reconocimiento, es una constante en el protagonista, que no duda en acercarse a los invasores nazis y someterse a sus pruebas raciales para contraer matrimonio con una mujer aria, aunque en realidad sus nuevos amos le desprecien. Cuando los alemanes pierden la guerra, sabe aprovechar las oportunidades que ofrece el final de la guerra y cumple sus sueños: monta uno de los hoteles más envidiados de Europa, que comienza a ser frecuentado por famosos. Es feliz, pero no por completo: necesita hacer mejoras constantemente en sus instalaciones: quiere llamar la atención, ser envidiado. Por ello no sorprende que cuando los comunistas empiecen a arrestar a los millonarios checos se entregue voluntariamente: ser un prisionero selecto es otra forma de destacar, de estar con las élites.
El episodio de la prisión es el más surrealista de la novela, porque no sabemos bien quienes son los prisioneros y quienes los guardianes, una metáfora perfecta de la situación de Checoslovaquia en la era comunista, donde los gobernantes del pueblo estaban a su vez tutelados desde Moscú. Al final resulta sorprendente que un personaje en busca de reconocimiento social se sienta feliz en soledad. El mirarse en un espejo, el encuentro consigo mismo, quizá sea el conocimiento más valioso de cuantos obtiene a lo largo de su existencia. Lo más interesante de Hrabal no es tanto lo que cuenta, sino cómo lo cuenta: su riqueza de lenguaje y de matices entre lo burlesco y lo real. Es la única manera de narrar con coherencia la absurda historia del siglo XX en su país.
Les dejo este hermoso fragmento:
"(...) yo siempre había verificado que el fundamento de la vida consiste en preguntarse sobre la muerte, cómo me iba a comportar cuando llegue mi hora, que en realidad la muerte, no, el preguntarse a uno mismo es un discurso enfocado a través del prisma del infinito y la eternidad, que el hecho de pensar en la muerte es el comienzo de un pensamiento hermoso y acerca de lo hermoso, pues saborear el sinsentido de ese camino propio, que de todas maneras termina con una marcha prematura, este deleite y vivencia de la propia aniquilación, eso llena al hombre de amargura y, en consecuencia, de belleza."