Yo soy de Bon Jovi

Por David Gallardo @mercadeopop

EL DE BLANCO SOY YO HABLANDO CON JON SOBRE BRUCE HORAS DESPUÉS DE VER A BRUCE


Joder, ya sé que John Francis Bongiovi no es el puto Nicholas Edward Cave. Se le parece tanto como a Juan Carlos Romero Lorente pero, por algún motivo, en este sábado noche, en mi mente conviven tanto Jon Bon Jovi como Nick Cave y Kutxi Romero -telonerazos de lujo los putos Marea-. Y aunque cada cual a su manera me hace mogollón de tilín, pues yo me quedo con el segundón de New Jersey -pues nadie puede ni por asomo ocupar parte del corazón que reservo a Bruce Frederick Joseph Springsteen-.

Batiburrillo para terminar confesando que Bon Jovi me gusta mucho desde siempre. Desde que de canijo sus melodías decididamente pop provistas de ornamentación rock estaban a todas horas en la tele. Puedo buscarlo, pero juraría que el videoclip de Runaway es de los primeros que tengo grabados en las cintas recopilatorias en VHS de lo que pillaba por la tele. Y Livin' on a prayer y Wanted dead or alive. En fin, esas coplas, esos ochentas de cardados tan imposibles como retroceder en el tiempo.

Y luego llegaron los noventa y Keep the faith me voló la cabeza y me compré primero el vinilo -que le vendí a Cesitar el del Sideral por dos calimochos, creo- y luego un CD doble que traía un concierto en el segundo disco. No veáis si lo quemé. Me sorprende que aún suene -en Spotify no está, esta mierda es solo mía-. Es que además quería ese jodido peinado y esa pinta tan chulaza de andar por la calle en plan macarra pero elegante (un poco lo tengo)Es que hubo una década larga en la que Bon Jovi hacía buenos discos, eh, no creáis que todo era como ahora.



Recuerdo al Oli, un pavo un par de años mayor del cole, el vecino de arriba de mi enorme amigo Miguelao, exiliado en Alemania para variar (y para llorar). Aseguraba haber visto a Bon Jovi en diciembre de 1989 en el Palacio de los Deportes de Madrid -antaño te lo tenías que creer, no había Instagram y toda la pesca- y afirmaba tajante que jamás podrían igualar eso. Se me quedó grabado y estoy seguro de que ese fue su mejor concierto en la ciudad, porque por aquel entonces lo tenían. Pero yo no estuve, como tampoco estuve el 2 de mayo de 1993 en el mismo Palacio en la gira de mi querido Keep the Faith.

Pero, ¿sabéis por qué no estuve? Pues porque ahora parezca de locos la oferta de conciertos en Madrid, aquel 1993 en el que yo tenía 14 años, era un desfase y tocaron también U2 en el Vicente Calderón con el ZOO TV Tour el 22 de mayo y yo sabía lo que quería. Sabía dónde estaba mi camino ultra violeta iluminado. Y luego, en julio, tal día como hoy, el 6, Guns n' Roses también en el Calderón y allí volví a estar porque allí me llevó mi hermano mayor, al que esta mañana he podido invitar a la exposición de Pink Floyd en el IFEMA. Joder la vida cómo es de exactamente circular y a veces justiciera para bien, ¿qué no?

De hecho, ya que este domingo tenemos otra cita con Jon, iba en el coche por la M40 escuchando el Keep the Faith. Maldita sea, qué viejos somos todos. Nos queda el triste consuelo de sentirnos por un rato como antaño. Por eso justo mola ir a un concierto del tipo de Bon Jovi: Porque con tu asistencia esperas recuperar un poco de tu vida pasada y comprar un pasaje que te garantice algo de futuro de más. Ya no somos aquellos adolescentes despreocupados, pero podemos serlo dentro de las canciones que nos definieron entonces. ¿Truco o trato?

Es una movida chunga. Que Jon Bon Jovi ahora sea Leslie Nielsen, digo (vamos joder, jajaja, es bromichi). O sea, ¿y entonces qué tipo de decadencia nos espera al resto? De momento, lo que más me desconcierta es que al haber abandonado el tinte, el cantante haya perdido por el camino el chorro de voz de antaño. Las pruebas son concluyentes. En directo no se nota y eso 'ellos' lo saben, por eso salen confiados: Basta con subir el volumen del resto de la banda hasta el puntito justo y dejar que el público grite sin parar. Eso tapa casi todo, lo hemos visto mil veces y a este nivel con Guns n' Roses. Pero los vídeos de internet son tan crudos que te dejan en pelotas y ahí hay un problema. 


No hay voz en Jon en 2019, pareciera que canta con los pulmones agujereados. Así que repitamos la pregunta: ¿Y entonces al resto qué nos queda? Con 57 palos, el amigo está francamente peor ahora mismo que Mick Jagger o Bruce Springsteen, por comparar con otros dos titanes obvios y con bastantes más años -mira que me muero de ganas de hablar de mi Boniato recuperado para la causa, pues su peor época fue de los 37 a los 41, pero le dejamos al margen esta vez, que anda de vacaciones para variar-.

Bueno, pues voy a responder. Creo. Lo que nos queda es regresar a la casilla de salida, reiniciar, reincidir. Uno no se planta en un lugar tan inhóspito como el Wanda de los cojones si no tiene un motivo. Y el motivo no es Bon Jovi, el motivo es cada uno de nosotros. Queremos respuestas que nadie tiene en realidad pero que de alguna u otra manera confiamos encontrar. Y las encontraremos, no os preocupéis, así funciona el espejismo de la vida eterna que promete el rock de estadio.

Nos lo hemos creído decenas de veces. Nos hemos creído que seguíamos siendo aquellos que compartíamos en el instituto el recopilatorio Crossroads de 1994 en cintas de cassette. En clase podían aparecer con suerte una o dos fuentes en CD y, partir de ahí, se organizaba todo. Cada día de espera hacía más preciada la copia de turno, de manera que cuando por fin te hacías con la tuya, eras todo gozo y procedías a memorizarla a base de pico y pala. Lo siguiente era el concierto pero, ¿sabéis qué? 

Me volví a perder aquel del Vicente Calderón del ataque alergia o lo que fuera de Jon en 1996 que le obligó a acabar antes. ¿Y sabéis por que? Pues porque pocos días después iba toda la maldita clase a ver a Héroes del Silencio al Palacio de los Deportes y no había pesetas para todo. Aquello con Bunbury y tal fue el puto acabose de los cojones. Lo fue, amiguit@s. Y fue tan jodidamente loco que no tenemos ni una foto. 

Y nada, pues sigo. En la primavera de 1995 (antes) nos fuimos de viaje de fin de curso a París. La peña se fue a Notre Dame pero yo a la Virgin Megastore de los Campos Elíseos. Y allí me compré dos maxi singles: New Year's Day de U2 y Someday I'll be saturday night de Bon Jovi. Mis finanzas eran paupérrimas pero, ojo, diría yo que más solventes que ahora que pago por mogollón de peña y escribo y escribo y a veces pienso que escribo bien y la mayor parte del tiempo creo que escribo mierda pero al final comprendo que me pagan por escribir mis movidas y eso es la repanocha. Esos dos CDs son pequeños grandes tesoros que estuve acariciando -es real- mientras veía tristemente arder Notre Dame. De nuevo la vida circular.




Bueno, pues que Bon Jovi volvió a Madrid el 22 de mayo de 2003 -justo diez años después de que viera a U2 en el Calderón, la noche que nos trajo indudablemente hasta aquí- pero no pude verle porque me fui de viaje de trabajo a los campamentos saharauis. Recuerdo la experiencia por millones de motivos trascendentes pero, ya que estamos distendidos, también porque desde la terminal de Barajas se veía la antigua Peineta justo ese día y yo sabía que allí estaba mi pequeño rock n' roll. Fue un poco jodienda, la verdad, pero son esas cosas que pasan. Parecía que nunca iba a poder ver a Bon Jovi, justo cuando estaban ahí petando con el It's my life como si fueran chavalitos (y ya dejaban de molar en serio).

Pero no desesperéis, al final llegaremos. Al final ocurrió. Después de muchos años al final vi a Bon Jovi en el Rock in Rio de 2010 -que mira que estaba lejos pero qué por encima del Mad Cool estaba en sonido y comodidad para el público- y me agarré una guapa, lo admito. Porque soy un poco así de disoluto y porque me dejo llevar -con Scorpions me pasa siempre, se me pira mogollón en sus conciertos, me pasó el otro día en el Download, no me encontraban mis colegas... aunque me daba igual, lo admito, y siempre es la misma mierda-.

Yo creo que Jon Bon Jovi y Richie Sambora son una pareja estupenda -qué pena, joder, pero como tantísimas otras que seguro carburarían bien después de todo-. De esas que dices, joder, qué guays son. Pero incluso esas se joden. De manera que lo disfruté a lo loco. Tener que justificar a estas alturas a Bon Jovi es mazo cutre para quienes no lo vean. Yo me alineo con el lado de los buenos y, por motivos extramusicales, aunque las tuvimos en la mano, no fuimos al conci del Circo Price ni tampoco a la breve pantomima de los MTV European Awards. El caso es que ahora que me doy cuenta, he visto poquísimo a Bon Jovi y, lo que es peor, he visto poquísimo a Richie Sambora. Amo a ese cabronazo perdidito en la vida: Me representa.

Lo que no nos perdimos, ni yo ni nadie que recuerde, fue el conci aquel de los 25 pavos por entrada en el Calderón el 27 de junio de 2013. Lo que más recuerdo es que veníamos directos de ver a Bruce el 26 en Gijón -un desfase severísimo con Arenillas y Diego- y aparqué el Mondeo ya difunto por donde el cementerio de San Isidro para ir directo a los bares del fondo norte. Me encantaba ir a ese lugar a reunir a la banda. Ese punto exacto de Google Maps irradia felicidad y camaradería para mí. Ya se cae a pedazos pero no podrán con nosotros, como bien cantan Quique González. El paso del tiempo nos pone a prueba sin parar, pero yo sé dónde ocurrió todo, tengo puesto un corazón bien rojo.

Y eh, que ese fue el día del paseíllo de Jon con la prensa, y allí estaba in the name of Rolling Stone. Eran aquellos tiempos. Mi querido Lino Portela -en la foto de arriba también- le preguntó si se había colado en algún concierto y Jon respondió que en el famoso Spectrum de Philapelphia para ver a Bruce Springsteen en 1981. Nunca me habían hecho un centro más fácil en mis años de futbolista mediocre. "Hola Jon, pues anoche vi a Bruce here in Xixon -¿cómo coño se pronuncia eso?-. Buah, ese instante fue nuestro y le dije, ahora tienes que por lo menos igualarlo". Prometo que dijo que no podría pero lo intentaría (no pudo, pero eso es que ya lo sabíamos y así está bien el universo). Nadie puede ser Bruce Springsteen.

Pues nada, que entonces aquel día me senté sobre el escudo del Atlético de Madrid solo para molestar, me abracé con todos los que por allí pasaban y pedí un mini de cerveza solo para tirármelo por encima. Joder, había visto a Bruce y a Jon en menos de 24 horas, yo ya no podía más, era un muchacho colmado, puente entre Carabanchel y New Jersey en sus diversas formas. That man was me, que canta aquel. Y por eso tengo muchas ganas de que sea domingo y cruzar Madrid desde mi feudo carabanchelero hasta Coslada, allá donde no vale el acuerdo de Schengen -me encanta lanzar esto a mis némesis colchoneras- para, joder, reencontrarme con.