'Yo soy el que soy'

Por Tiburciosamsa

Aunque hace unos 3.500 años que nos conocemos, más o menos desde los tiempos de Abraham, la realidad incómoda es que a estas alturas todavía no sabemos cómo se llama realmente Dios.
En su primera intervención protagonista, en el Génesis, Dios es denominado 'Elohim'. 'Elohim' es el plural de 'Eloah'. Las formas 'Il' y 'El' y sus derivados son comunes para referirse a la divinidad en las lenguas semíticas. La palabra pertenecería a la raíz '’lh', que significa 'ser fuerte', 'estar delante' y que, por derivación, habría significado también 'dios'. O sea que para los pueblos semíticos Dios era ante todo el Primo de Zumosol.
Una cosa que llama la atención es que el Génesis se refiera a Dios con un plural, o sea que lo llame 'los dioses'. Ello es tanto más chocante cuanto que, en otros contextos en la Biblia la palabra 'Elohim' designa a los dioses paganos. Algunas explicaciones que he visto para explicar el uso de un nombre plural para referirse al Único Dios son:

1) Porque Dios es así de chulo y, como los Reyes antiguos que firmaban 'Nos, el Rey', a Él le gusta hablar de Sí mismo en plural;

2) Es una alusión que sufre de ese trastorno de personalidad de múltiple que el cristianismo ha venido de nominar 'el Misterio de la Santísima Trinidad';

3) Respondería a una práctica habitual en la Biblia de emplear el plural para designar a cosas singulares con el objetivo de mostrar que representan la quintaesencia o el único elemento de esa categoría. Prueba de ello es que, cuando se refiere a Dios, Elohim rige el verbo en singular.
A esas explicaciones, yo le podría añadir otra. El 'Génesis' está emparentado con otros mitos cosmogónicos del Oriente Medio antiguo. Esos mitos se escribieron desde una perspectiva politeísta. ¿Quién sabe? Tal vez el sustrato más antiguo del Génesis provenga de un autor politeísta. Quienes editaron el texto más tarde mantuvieron la palabra 'Elohim' en plural, porque para ellos el término ya tenía un significado singular.
No obstante, en el Génesis también aparece una variante singular para referirse a Dios, 'Él'. Cuando se usaba este nombre, se acompañaba generalmente de un adjetivo: 'El-Elyon' ('Dios el Altísimo'); 'El-Shaddai' ('Dios el Todopoderoso'; esta denominación, por cierto, se repite con frecuencia en la Biblia); 'El-Olam' ('Dios el Eterno'). Para mí, más que diferentes denominaciones de Dios, se trata de un esfuerzo por comprender lo Inefable a base de añadirle características. En todo caso, no me parece que la palabra 'Él' nos resuelva la cuestión de cómo se llama Dios realmente.
En el Éxodo, finalmente, Moisés se termina de mosquear y le pregunta a Dios cómo se llama. No es para menos. Le está pidiendo que abandone sus privilegios, se ponga al frente de unos muertos de hambre, se enfrente al 'establishment' egipcio y se vaya a vagar por el desierto en busca de una Tierra Prometida, de la que no le ha mostrado ni un folleto de viaje. Moisés tiene la reacción lógica: al menos dime quién es la otra parte contratante.
La escena es la siguiente: 'Moisés dijo a Dios: 'Si me presento ante los israelitas y les digo que el Dios de sus padres me envió a ellos, me preguntarán cuál es su nombre [traducción: con el carajal de dioses diversos que tenemos montados entre los mesopotamios, los caldeos y los egipcios, cuál les tengo que decir que es el que se me ha puesto al aparato]. Y entonces, ¿qué les responderé? Dios dijo a Moisés: 'Yo soy el que soy' [aquí Moisés debió de sentirse como cuando le pides el teléfono a una chica y te da el de la información de trenes de la estación. Le había formulado una pregunta directa a Dios y Éste se le había ido por las ramas]. Un poco más adelante, Dios continúa diciendo: 'Hablarás así a los israelitas: el Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob es el que me envía. Este es mi nombre para siempre, y así seré invocado en todos los tiempos futuros.' Aquí ya Moisés no se atrevió a responderle: vale, pero porfi, dime cómo te llamas de verdad, que no se lo contaré a nadie.
Yahweh, que es el nombre que Dios se da a Sí Mismo en esa escena, significa, según distintos autores: 'Yo soy el que soy', 'Yo soy que el que es' o 'Yo soy el que será.' Esta declaración ha sido interpretada por los teólogos como afirmación de que Dios es Esencia, mientras que el resto de los seres tienen esencia, derivada de la Esencia última divina.
Pero la escena con Moisés puede tener otra lectura: para los hebreos, como para muchos otros pueblos, el nombre de una cosa contiene en sí la esencia de esa cosa. Conocer el nombre real de alguien es ya empezar a poseerlo, empezar a conocer su naturaleza y, por consiguiente, adquirir el poder para manipularlo. Dios no quiere decirle a Moisés su verdadero nombre, porque no quiere comunicarle cuál es su naturaleza, no quiere otorgarle poder sobre Él. No obstante lo anterior, por simple desesperación, la tradición judía acabó aceptando que Yahweh era el verdadero nombre de Dios, mientras que las demás denominaciones (Elohim, Él, El-Shaddai…) serían simples títulos que resaltarían alguno de los aspectos de Dios.
Desde el siglo III a.C. se extendió otra denominación para Dios: 'Adonai'. Adonai es un plural y literalmente significaría 'Mis Señores'. Como vemos es más como un título aristocrático que un verdadero nombre propio. En este caso el plural es claramente un plural mayestático y siempre se usó en el bien entendido que se estaba refiriendo al único Dios verdadero.
En el Nuevo Testamento Jesucristo introdujo una innovación, al dirigirse a Dios como 'Abba', que en arameo significa 'padre' o incluso 'papi'. Esto en su tiempo debió de sonar muy novedoso, pero no debe extrañarnos que Jesucristo se refiriera a Dios con tanta familiaridad, dado el grado de parentesco que Les unía.
Cuando la Biblia se tradujo al griego y luego al latín, los nombres que quedaron para designar a Dios fueron esencialmente: 'Theos'/'Deus' y 'Kyrios/Dominus'. Ambos son también nombres genéricos en ambos idiomas. Decir Dios (que procede del latín 'Deus') es como decir 'General'. Podemos estar refiriéndonos al General Mola, al General Rojo o al General Prim. Sólo si decimos, por ejemplo, Francisco Franco Bahamonde, estamos concretando que nos referimos a un General bajito y con mala leche. Algo parecido sucede con las palabras Dios o Señor. Por más que las escribamos en mayúscula y estemos de acuerdo en cuál es su referente, no son nombres propios. Seguimos sin saber cómo se llama Dios, cómo figura en el listín de teléfonos celestial y cómo se dirigen a Él sus íntimos (y que no me vengan con que los pastores o los curas de las iglesias son sus íntimos; yo aquí me refiero a sus íntimos de verdad). Reflexionando sobre el tema, he tenido una especie de visión: ¿Y si Dios se llamase Martínez? La explicación en la próxima entrada.