He sido declarada culpable, a dedo, sin juicio ni derecho a un abogado, sin el beneficio de la duda y ni siquiera presunción de inocencia. Tampoco se me ha permitido hacer una llamada desde comisaría, ya entre rejas. En los buenos tiempos, yo había sido el cliente, esa persona que entraba en una tienda o pedía un café y tenía siempre la razón. Ahora soy pasto de la cabras y, en el mejor de los casos, acabaré tirada en una cuneta o languideceré en un invernadero plastificado achicharrada por el sol.
Cabras comiendo pepinos. Foto: Julián Rojas (El País)
Presa del miedo, impotente e indefensa ante el atropello, no puedo hacer otra cosa que esperar a que se encuentre al culpable del estropicio. Las investigaciones apuntan a una bacteria que no es nueva, es la de siempre, la alimentada por aquéllos especuladores que me han manipulado, a los que me han hecho jugarretas sucias para, finalmente, obtener beneficios a mi costa, intermediando y encareciendo el producto final sin aportar valor añadido. Y no se han depurado responsabilidades, ni nadie ha dimitido todavía por ello. Tampoco se les espera. Pero que no olviden que los pepinos podemos ser muy amargos e indigestos cuando se abusa de nosotros.