No sé si existe una decadencia feliz para quien la exhibe. Los que miramos la ajena, en muchos casos, apreciamos el peso de la experiencia, los surcos dejados por los años, toda esa lentitud maravillosa que precede al estallido de la sabiduría. He visto gente mayor con un desperpajo absoluto en lo que hacían y gente de edad menor con escasas o nulas evidencias de talento o de encanto. No necesitamos saber mucho acerca del estrago que sufrieron. Lo maravilloso es que hay gente mayor a los que no se les nota la edad y gente de edad menor que parecen prodigiosamente envejecidos, acelerados en una máquina del tiempo.
Lester Young fue un saxofonista asombroso que padeció como pocos el peaje del arte. Hay un peaje, un pago, un tributo. Como si fuese cierto eso de que el diablo viene y le robe al alma al que le solicita sus favores. El diablo se llevó a Lester Young. Se ha llevado a muchos. Los que disfrutamos somos los que estamos en la butaca, en el sillón de orejas de casa (yo ahora) escuchando el resultado del trueque. Yo te doy mi vida y tú me haces soplar como Dios en sus nubes. Igual al diablo le gusta el jazz.