abril 21, 2013 Europa, Italia
… y he vuelto a Roma, 14 años después. No recuerdo si la lancé bien. Ahora ya sé cómo hay que hacerlo: con la mano derecha, de espaldas y sobre el hombro izquierdo, “siniestro”, del lado del corazón. La fontana de Trevi acumula monedas de turistas con ganas de volver a vivir Roma. Por la noche, ese dinero se recoge y se destina a oenegés. Una buena causa que se junta con la ilusión de los viajeros que, si sobreviven a Roma, volverán.
Porque Roma es lanzarse al vacío, literalmente. El síndrome de Stendhal está asociado a Florencia, pero en la ciudad del imperio es imposible no acabar borracha de arte. Si no mueres de sobredosis cultural, es posible que lo hagas en un paso de cebra o un semáforo, porque, como me comentó un romano, aquí, son sugerencia. Cruzar es apelar a la suerte o rezar todo lo que sepas. Luego vas aprendiendo. Cuando la paciencia, finita, se acaba, dejas de esperar y te lanzas aparentando seguridad (casi con los ojos cerrados). Sorprendentemente los coches paran en el último segundo, como por arte de magia. Al final todo sigue en su sitio y en perfecto orden: tus piernas, tu cabeza, tu integridad, la providencia que ha hecho su función; y vehículos y peatón continúan su camino. Me lo ha dicho una italiana en el avión de vuelta: “el truco está en mirar mal”, buen consejo para el último día de viaje.
Todo caos tiene que tener su pequeño paraíso. Es cosa del yin y el yang, el equilibrio. Y cuestión de superviviencia. En Roma están escondidos, pero siempre tienes uno cerca para cuando empiezas a sentir que no puedes más (de monumentos, de calor, de ruidos…). Mira a tu alrededor y salte por la primera callejuela. Ahora ya puedes perderte por un laberinto de caminos empedrados llenos de silencio, restaurantes, tiendas y olores. A café, flores y chocolate. Los distinguirás porque por allí se puede caminar sin miedo a morir atropellado tanto por vehículos como por una horda de turistas (más terrible aún, es una muerte lenta). Escapas de ruidos, jaleo, coches… pero de los que no estás a salvo es de perder de vista los monumentos. Verás que,aún en el lugar más recóndito, te persiguen.
Calles para emprender la huida…
… que desembocan en detalles como este
Esta vez, que ya sabía el truco de la Fontana, no he tirado la moneda. Presupongo que no influirá demasiado en mi destino. Espero. Porque dos veces no son suficientes para Roma. Para conocerla necesitaría una prórroga larga de mi vida.
En mi caso, la moneda que lancé al agua en la Fontana di Trevi no es lo único que ha ayudado a volver a Roma. También GowithOh, que me han provisto de mi hogar, al lado de la piazza Navona, en una de esas calles recónditas pero llenas de vida que esconde la ciudad eterna. Eternamente agradecida