Y a pocos seguidores - la mayoría recién ganados, después del pequeño éxito internacional mencionado - de un cineasta ya por entonces de carrera larga, enfilando la segunda mitad de la cincuentena, de maneras cinematográficas contenidas, pocas palabras y una intensidad elíptica y discreta. A poco que se piense, en realidad "Petits frères" es una variación sobre las historias de desamparo de Doillon pese a su apariencia insensible y sin ética, una mirada incluso menos "impropia" que en varias obras suyas anteriores, pero, he ahí la diferencia, es un film torrencial, sin preciosismos, un ejemplo de resistencia frente a una jauría de problemas presentes y el futuro más descorazonador. Un film admirablemente paralelo a esa música edificada a partir de otras que lo invade, una música nacida para divertirse pero que muy pronto se convirtió en la mejor forma de expresión de marginados de todas partes, canciones de entre y contra la inestabilidad.
Estaría bien poder medir cuánto tiene que ver el malentendido - ¿su descuido?, ¿su intranscendencia?, ¿su vulgaridad? - que arrincona al film, con la simplificación poco atenta de quien no percibe otra cosa que palabrería monocorde y refrito de ritmos en esta, la última gran música negra.
No me consta un pasado como pandillero de Doillon, pero sin duda durante el rodaje del film obtuvo de estos chicos lo que sólo puede generar una clase de complicidad situada a la distancia justa para mirar con ellos.
Así, no evita filmar robos, peleas, traiciones o (sólo sus consecuencias) abusos sexuales porque son elementos que condicionan la puesta en escena, pero debe ser "Petis frères" la única película de la historia del cine callejero donde nadie bebe ni fuma ni se droga, pienso que debido a que Doillon no necesita "ambientar" externamente las escenas ni tampoco hacer exhibición alguna de las peligrosas derivas de la vida desordenada. Filmar lo necesario, necesitar filmar.
Por las mismas razones, los policías que acechan a la pandilla son poco más que sufridos persecutores de gamberros de barrio, resolviendo casos tan apasionantes como la denuncia de un repartidor de pizzas, hombres que resultan, al menor descuido, apalizados por una turba de niños y que aunque pongan mil ojos en cada esquina, saben que no van a resolver nunca la falta de educación, las situaciones familiares y las expectativas masacradas de esta generación y las que vengan a empeorar el panorama.
Lógicamente, cuando uno de los chicos, hace la broma de presentarse en una comisaría para preguntar cómo se hace uno policía y vuelve chistosamente mareado por los tecnicismos que allí escucha, como ha sido equitativo mirando a un lado y a otro de la ley, le es sencillo a Doillon hacer notorio que ellos mismos se dan cuenta de la exigua distancia - unos papeles - que hay entre su zascandileo diario y el de los tipos que están ahí para controlarlos.
Por todo ello me parece "Petits frères" el film de Doillon más cercano a Kiarostami, el más épico y conmovedor, el más concentrado y certero. Ni un plano "de director" para señalar que se rueda rápidamente y con cambios de luz fuertes, haciendo patente el "esfuerzo" de la cámara para captar todo, ni uno desviado de la infantil excusa que pone en marcha el film (un perro robado) para tratar de conducir los comentarios de los espectadores a otro nivel más importante, el mismo tacto y afecto que demostró en "La fille de 15 ans", "La drôlesse", "La femme qui pleure", "La vie de famille", "La puritaine" y sus otras mejores películas, para abordar las relaciones afectivas por heterodoxas que fuesen.
Cómo le fue en la casa de acogida con su hermana.
Si alguien le dio su merecido al cerdo de su padrastro.
Si volvió a ver a Iliès.