Caminábamos ayer despacio por un carril de apenas metro y medio de anchura junto a la calzada. Hablando, zigzagueando en el andar y avanzando a paso de tortuga, derrochando este tiempo que se nos regala en forma de horas de sol, como quien se sabe poseedor de lo más valioso y lo disfruta y gasta sin medida. Un lujo que te puedes permitir cuando amanece poco más tarde de las 4 de la madrugada y el sol se pone pasadas las 10 de la noche y estás de vacaciones, sin jefes, plazos de entrega o máquinas de fichar. Sin nada que hacer, con arena aún en los bolsillos (como la canción) del día anterior. La mirada perdida, buscando el disenyo escandinavo en cada escaparate,un disenyo que debe ser patrimonio exclusivo de grandes ciudades como Estocolmo o Goteborg, pero no de la Suecia rural por la que deambulamos.
Me había fijado en ella al cruzar: con su carrito de la compra, alta, muy esbelta y ágil para su edad, que debía superar los 70 anyos, con gafas metálicas redondas que enmarcaban unos grandes ojos azules que la hacían parecer una mitológica hada escandinava. La dejamos pasar, ajetreada como iba hacia el mercado. Nos oyó apremiarnos para dejarle espacio al pasar junto a nosotros: -”Are you Spanish?” -”Yes!”, contestamos casi al unísomo. “-Oooohhh… You’re poor in Spain now” (Sois pobres en Espanya ahora…), afirmó y preguntó al mismo tiempo. Sí, volvimos a asentir. “Y más que lo seremos…”, pensamos en alto. “Vuestro Gobierno -continuó- lo está haciendo muy mal. Se equivoca”. Qué bien informada. Estarlo es imprescindible para salir de la ratonera en que nos han metido los zorros, pensé. Con su voz delicada y su inglés exquisito, impecable, casi tanto como su indumentaria: un sencillo vestido de pequenyas flores y una chaqueta fina de primavera, imprescindible para salir a la calle en estos lares, zapato plano y cómodo y, en el otro extremo, una cabeza bien amueblada y lúcida, despejada con un pequenyo recogido en la nuca. “El Gobierno -continuó- está adelgazando la economía al imponer a la población tanta austeridad. Los espanyoles no se lo merecen”. “Y el Rey… Él tampoco lo está haciendo bien. Debería dar ejemplo y no lo hace”.
Suecia tiene una monarquía parlamentaria como Espanya, una de las más igualitarias y modernas del mundo. Su rey, Carlos Gustavo, es un férreo defensor del medio ambiente y eso se respira a cada paso en este país. En Espanya, al Rey le gusta más la sabana que los bosques porque se debe cazar mejor desde un todoterreno que caminando por senderos, y en su estado… Nuestros reyes son muy pobres: no saben que el verdadero valor de cada pieza no reside en un busto colgado en la pared del salón, sino en cada aliento. Carlos Gustavo también se interesa por la ciencia y, periódicamente, organiza seminarios de alto nivel junto a científicos suecos. Las comparaciones son realmente odiosas.
Definitivamente, la simpatía de nuestra hada escandinava hacia nosotros no se correspondía con la que tenía hacia nuestros gobernantes. Aliviada por su sabiduría, pensé que debía haber muchos como ella en este país de gentes cultas que sabían separar el trigo de la paja aun detrás de las cortinas de humo y las palabras huecas que esgrimen Rajoy y los suyos en Europa. Detrás, sólo hay un plan para acabar con lo público, que se alimenta de improvisaciones disfrazadas de agilidad, de mentiras de los que hablan y de ignorancia de los que escuchan.
Nos despedimos. Ella retomó su camino, rápida de nuevo, arrastrando su carrito. A los pocos pasos, se giró hacia nosotros como si hubiera olvidado algo. “You´re on the wrong way (Vais por el camino equivocado). Este carril es para las bicicletas”.