NORMALMENTE podía encontrarse a Mack en el Old Stanley (ahora llamado habitualmente Dirty Stanley) entre el primero y el quince de cada mes. Era cuando le llegaba la paga y su mujer, por muy pérfida que fuera, le daba unos billetes para sus primeras cervezas. Al resto de cerveza y vodka le invitaban los amigos. Y lo asombroso era que Mack tenía muchos amigos. Yo también era amigo suyo aunque a veces no podía ni verlo. Le caía bien porque, aparte de jugar al ajedrez, prestarle un par de dólares o invitarle a unas copas cuando tenía trabajo, era una de las dos personas con quien podía hablar en ruso. El otro era Dimitri, el joven poeta ucranio, que seguía trabajando en el departamento de Servicios Sociales. Mack no hacía tan buenas migas con él porque Dimka era más agarrado con el dinero y no jugaba al ajedrez. Mack hablaba un ruso excelente. De hecho, en su tiempo libre, escribía cartas larguísimas y muy detalladas al Novote Russkoye Slovo y al Rossiya, unos diarios rusos de Nueva York. Las cartas versaban siempre sobre la Guerra Civil rusa y echaban por tierra a todos los demás teóricos del tema. A veces me las mostraba y yo las encontraba muy buenas. Probablemente no eran anda rigurosas y gastaban un tono áspero, sarcástico y completamente reaccionario, pero tenían garra.
Yuri Kapralov. East Village. Littera Books, 2001. Traducción de Mireia Porta i Arnau.