Zapatero reune todas las condiciones y características para ser considerado un fracasado y un perdedor. Ha tirado por la borda la aceptación que tuvo al ser elegido y ha arrastrado con él a su partido, que perderá las elecciones generales y que, cuando la sociedad española tome conciencia del enorme drama que representó el mandato de Zapatero, permanecerá apartado del poder por muchos años, hasta que la infausta memoria de ZP sea sepultada por el olvido.
Zapatero sólo se mantiene en el poder porque dirige los destinos de la sociedad española, una de las más cobardes y sometidas entre las democracias mundiales, capaz de soportar a un individuo que sólo es aceptado por uno de cada diez ciudadanos y que está llevando a España hasta la ruina, el dolor y el fracaso.
Si no fuera un insensible caradura, sin alma democrática, las encuestas serían argumento suficiente para hacerle dimitir y convocar elecciones anticipadas. El rechazo de nueve de cada diez ciudadanos le trae sin cuidado, lo que demuestra que detrás de su sonrisa se oculta un sátrapa sin un gramo de democracia en sus venas.
Si a tu casi nula aceptación se agrega su aterrador balance como gobernante, su dimisión, justificada hasta el hartazgo, debería haber ocurrido hace años, cuando quedó demostrado que era incapaz de decir la verdad a su pueblo o cuando quedó claro que no sabía hacer frente a la crisis.
El rechazo popular que sufre y su pésimo balance como gobernante no sólo justifican su dimisión sino también la necesidad de que se marche de España y no vuelva jamás.
Ha arruinado un país próspero y ejemplo mundial de crecimiento, ha destruido más del 30 por ciento del tejido productivo español, ha logrado que nuestras calles estén pobladas por 5 millones de desempleados y por casi 10 millones de pobres, ha perdido la confianza de los ciudadanos en el liderazgo, en la política y hasta en la misma democracia, ha deteriorado la democracia hasta límites peligrosos, ha instaurado la mentira y el engaño como políticas de Estado, ha utilizado el dinero público para comprar votos y mantenerse en el poder, ha convivido con la mas sucia corrupción sin mover un músculo de su rostro, ha introducido la desmoralización y la tristeza en su pueblo, ha ensanchado el foso que separa a los ricos de los pobres, ha dividido y enfrentado a la sociedad española y ha envilecido y fanatizado a las masas todo lo que ha podido.
El presidente del gobierno de España, tras seis años de mandato, ha convertido la economía española en una de las 9 más amenazadas de quiebra en el mundo desarrollado y ha afianzado a su país en el liderazgo internacional de asuntos tan sucios y degradantes como la prostitución, la trata de blancas, el tráfico y consumo de drogas, el blanqueo de dinero sucio, el desempleo masivo, el avance de la pobreza, el deterioro de la democracia, la falta de esperanza y horizontes para los jóvenes, el fracaso escolar, la baja calidad de la enseñanza, el desprecio a la "casta" política, el desprestigio internacional y otras muchas lacras entre las que sobresalen la corrupción pública, el Estado hipertrofiado e insostenible, preñado de enchufados y parásitos amigos del poder, la justicia polítizada, la marginación de los ciudadanos, la muerte de la sociedad civil y un largo etcétera.
Cada día aparece una nueva lacra capaz de avergonzar a los españoles. La penúltima ha sido el comportamiento cobarde ante un Marruecos que está aplastando a los saharauis y biolando los derechos fundamentales en la antigua provincia española. La última, las revelaciones sobre el comportamiento de sus ministras, desde una María Teresa Fernández de la Vega que circula por las carreteras, en coche oficial, a 190 kilómetros por hora, hasta una Elena Salgado que utiliza el coche para ir a la peluquería o para que le recojan bombones y una Bibiana Aido a la que los chóferes tenían que recoger en la madrugada, en los bares de copas.
Todas estas miserias, carencias, atentados contra la democracia y malgobierno generalizado justifican con creces el rechazo masivo de su pueblo y reclaman una dimisión cargada de oprobio y vergüenza, seguida de un exilio voluntario que aleje al verdugo del país que ha destrozado.