Dicen que la valía, la nobleza y honradez de una persona se ponen a prueba en tiempos de dificultad. Cuando los elementos vuelan a contrapelo, es fácil desfallecer, tomar la vía fácil, huir o echar la culpa al vecino. Valoramos a quien resiste los envites y afronta los momentos difíciles con valentía, pese a que sus decisiones contravengan la opinión ajena y exijan que otros tengan que cargar con las consecuencias de nuestros actos. Es más fácil gobernar los acontecimientos cuando estos no ofrecen resistencia, cuando obtenemos sin dificultad el beneplácito de los que nos rodean y nuestro criterio es el aceptado por la mayoría. Gobernar en tiempos de crisis exige responsabilidad, tenacidad y convicción moral; es lo que se conoce como sentido de Estado.
Mal que nos pese a los ciudadanos, por mucho que queramos utilizar de chivo expiatorio de nuestras desgracias al gobierno, hemos de ser sinceros y reconocer la dificultad que presenta gobernar en tiempos de crisis. Ningún gobernante desea conscientemente debilitar el bienestar de los ciudadanos a los que sirve; al contrario, es razonable pensar que su voluntad sea -por honestidad profesional y por éxito electoral- la de mejorar las condiciones de la ciudadanía y fortalecer sus derechos constitucionales. Cuestionar la honorabilidad de nuestros gobernantes es a priori una necia banalidad que denigra a quien la sostiene más que hiere a quien la padece.
Ahora bien, es difícil hacer ver a quien ha perdido su puesto de trabajo o no puede pagar su hipoteca que como gobernante está poniendo toda su energía en poner freno a esa situación. Por mucho que un padre intente hacer ver a sus hijos que tomando decisiones que no les gustan, a la larga lo que está haciendo es por su bien, es de esperar que ellos no entiendan los actos de sus progenitores y les culpen de su situación. Los padres deberán asumir la carga con humildad y perseverando en su actitud, pese a que vean a sus hijos sufrir, porque saben que eso es lo que deben hacer. Sería más fácil tratarlos como si no ocurriese nada, como si pudiéramos vivir igual que en tiempos de bonanza. Un gobernante debe ser fuerte en tiempos de desolación, persistir y no ceder a las demandas de aquellos que desean ver su cabeza en el cesto electoral. Sus decisiones se ponen al servicio de la ciudadanía -entienda o no esta sus actuaciones- y deben obviar, pese a perder con ello el cariño de las urnas, los intereses particulares o las presiones que le circundan. Sabe a ciencia cierta que la consecuencia de su fortaleza deberá costarle el cargo y deberá prepararse para el momento en el que subirá de seguro los escalones del cadalso. La Historia, si es objetiva, sabrá poner a cada cual en su sitio y valorar las esfuerzos que estos gobernantes realizaron en servicio de la ciudadanía, cuando las circunstancias en contra así lo exigían. El tiempo, si es que sirve para algo, es para tomar perspectiva y apreciar con la sabiduría que otorga la distancia la verdad que esconde el pasado.
Ramón Besonías Román