Imagen: Público
Alentada por calamitosos fallos de comunicación y por aplicar una política que tiene todos los visos de ir a la deriva sin saber a ciencia cierta a qué carta agarrarse, la imagen de Zapatero se desploma y el gobierno se viste con el traje de la invisibilidad para desconcierto general de los ciudadanos.
La crisis está sacando a flote las grietas de un sistema que cada vez deja a más electores insatisfechos y esto no puede significar otra cosa que un progresivo resquebrajamiento de la democracia.
Pero en lo que pocos reparan es en los que Gonzalo López Alba denomina acertadamente “perder por goles en propia puerta”. Porque Zapatero, donde de verdad está menoscabando apoyos es entre la propia gente que lo llevó al poder en 2004, es decir, entre los votantes de izquierdas de este país.
En España, ya se sabe, la derecha siempre es fiel a su ideario y acude a votar puntualmente y con disciplina militar. No es el caso de la izquierda, donde es más frecuente que la desilusión y la demolición de las expectativas confluyan en un aumento considerable de la abstención.
Los votantes de izquierdas son mayoría en el solar patrio, pero lo que demandan no es sólo que existan partidos y dirigentes de izquierdas, sino verdaderos programas de izquierdas que sean capaces de transformar la sociedad en el sentido que ellos exigen y que luego, una vez alcanzado el poder, sean aplicados con rigor político.
Intentar desde la izquierda contentar a los “psicópatas del capitalismo” es como querer engañar a un león hambriento con una insignificante albóndiga. Ellos siempre preferirán a la derecha.
Los mismos especuladores que provocaron la depresiva crisis mundial que nos ahoga y se beneficiaron de las ayudas públicas para mantener a flote sus imperios financieros, los mismos que tras las reformas fiscales puestas en marcha se fueron de rositas obligando al grueso de los ciudadanos a soportaren exclusiva la losa del sacrificio necesario para superarla, intentan ahora aprovecharse de la situación para seguir lucrándose y alimentar su avaricia insaciable atacando sin tregua a los mercados financieros de este país, con el único objetivo de desestabilizarlo y así sacar mayor tajada.
Hoy me ha llamado especialmente la atención un artículo de Noam Chomsky en Público cuyo titular es ya lo suficientemente demoledor; “Las empresas toman la democracia de EEUU”.
En él se nos cuenta que el 21 de enero pasado la Corte Suprema de dicho país “dictaminó que el Gobierno americano no puede prohibir que las compañías hagan aportaciones económicas en las elecciones” y las consecuencias inmediatas que tal decisión acarrea para la democracia funcional.
No hace falta ser un lince para adivinar que la medida abre la puerta a que las grandes corporaciones “puedan, de hecho, comprar directamente comicios, eludiendo vías indirectas más complejas”.
La política se acerca así más aún a lo que está ocurriendo en la realidad y que nadie quiere reconocer; quien nos gobierna verdaderamente es el poder económico y el voto que cada cuatro años depositamos en las urnas se reduce a un hecho testimonial y necesario para continuar manteniendo unas apariencias del todo engañosas.
Y buena parte de la culpa la tienen los propios políticos, que cuando llegan al poder se olvidan de sus programas y de sus ideales, tal vez por miedo a ser considerados heréticos por el sistema, y se pliegan incondicionalmente a los intereses de los grandes grupos de presión, olvidándose de quienes les auparon a la cima.
El propio Chomsky concluye en su artículo que la victoria del candidato republicano Scott Brown para el puesto de senador que dejó vacante Ted Kennedy, según los datos emanados de la propia votación, fue provocada por “una revuelta contra las políticas del presidente Obama: para los ricos, no estaba haciendo lo suficiente para enriquecerlos aún más, en tanto que para los sectores pobres estaba haciendo demasiado en favor de los poderosos”.
Algo similar le está pasando a Zapatero, sin que hasta ahora ni el Gobierno ni el Partido Socialista se hayan decidido por actuar en consecuencia. Porque es cierto que el Gobierno es el púlpito desde el que se debe contentar al sector más amplio posible de la población, pero es fundamental que en dicho sector estén obligatoriamente incluidos los votantes de la opción política que lo llevaron al poder. Si no, el poder no dejará de ser nunca lo que siempre ha sido: una burda y cruel falacia.