Desde unos días atrás pensaba qué modelo enseñar. No es tarea fácil eso de decidir que enseñar, especialmente cuando será una clase abierta con distintos niveles de participantes y sin mucha posibilidad de interacción.
La noche anterior, sobre el muro que sirve de quicio a una ventana, pasó una pequeña zarigüeya. Viene a veces de paseo, y se trepa en un árbol a un lado de la casa.
Pero justo esa noche, entre reja y ventana, se detuvo unos minutos y nos miró.
Aquí estoy, decía, como dijo en un viejo mito mejicano que cuenta que gracias a ella es que conseguimos los hombres el fuego.
Viéndola allí recordé aquel mito que explicaba su cola sin pelo, y su extraño caminar. La recordé valiente, subiendo hasta donde vive el sol para robar una braza ardiente.
No pude resistirme a plegarla.
Salió de mis manos casi directamente, pequeña y bonita, en una versión que le hacía justicia a la imagen que me regalaba aquel animalito y pensé, sin duda, que ese era el modelo que debía enseñar.
En aquel encuentro presenté una versión simplificada del modelo y conté la historia. Confieso que en aquella clase virtual se notaba que era un modelo nuevo y que aún no vivía del todo en mi memoria, pero no importó. Fue feliz poder plegarlo. Prometí los diagramas del modelo a aquellos que siguieron la clase y, diligente, me puse a hacerlos.
Los comparto aquí para todos aquellos que deseen hacer sus propias interpretaciones. Esta versión es un poco más compleja que aquella que enseñé, con los correspondientes cambios de color para la cola además de la cabeza.
Espero la disfruten. A los asistentes, mil gracias por permitirme plegar a su lado.