De nuevo el gran director koreano Takeshi Kitano nos impresiona con una obra épica, en esta entrega, asistimos al drama de un samurai ciego que busca camuflar su pasado marcial a través del oficio de un masajista. La historia está centrada en ese ritmo tan reconocido de la violencia estilística del Kitano donde la sangre y el poder de las imágenes están subrayadas a pie de página por los paradigmas emocionales de los personajes.
Más allá de enfrentarnos ante una película de guerra y venganza, nos encontramos con una fotografía sesentera al mejor estilo de los clásicos ahumados de los trailers americanos que si bien logró remarcar Takeshi en Sonatine.
La fotografía y el planteamiento de una narración que va trascurriendo en el desamparo y en la incertidumbre recubre cada plano con la formidable actuación de Kitano como el samurai ciego.
Nos encontramos ante una opera sensacional y melancólica, una película que subasta en el mercado de las mejores historias asiáticas.