Zero Dark Thirty ahorra en campaña de prensa gracias al New York Times

Publicado el 05 septiembre 2012 por María Bertoni

La polémica en torno a Zero Dark Thirty recupera protagonismo en el periodismo estadounidense, y sigue llamando la atención a miles de kilómetros de distancia. Primero, porque revela un fenómeno de “crispación” (diríamos en Argentina) pre-electoral, que muchos compatriotas creen exclusivo de nuestro país (síntoma de nuestra inmadurez republicana). Segundo, porque desmiente la presunta condición apolítica -por lo tanto objetiva y neutral- de las grandes empresas mediáticas (en este caso norteamericanas). Tercero, porque prueba la estrecha relación entre Hollywood y las agencias de seguridad gubernamentales.

La campaña de prensa convencional que el equipo de Kathryn Bigelow y Mark Boal inició tímidamente el 6 de agosto pasado quedó nuevamente sepultada tres semanas después bajo la confirmación de la denuncia difundida por el New York Times más de un año atrás. A saber: gracias a la (indebida) colaboración de la CIA, la dupla de cineastas accedió a información confidencial que le permitió recrear la persecución y ejecución de Osama Bin Laden en una película solapadamente proselitista a favor de Barack Obama.

El avispero mediático volvió a agitarse el 28 de agosto pasado, cuando la ONG Judicial Watch -cuya filiación con el Partido Republicano es reconocida por la mayoría de los periodistas- anunció y publicó “nuevos registros procedentes de la Agencia Central de Inteligencia y del Departamento de Defensa sobre los encuentros y el cruce de información entre estos organismos gubernamentales, la directora Bigelow y el guionista Boal durante los preparativos de Zero Dark Thirty“. La gacetilla online sostiene que “de acuerdo con estos informes, la administración Obama les concedió (a los cineastas) un acceso infrecuente a datos de la CIA para preparar el largometraje cuyo estreno tendría lugar en octubre de 2012, justo antes de los comicios presidenciales, aunque los trailers ya se encuentran disponbles en función de la postergación del estreno para diciembre” (después de las elecciones previstas para el 6 de noviembre).

Entre este nuevo material figura la prueba de que un periodista del New York Times (Mark Mazzetti) le envió a la vocera de prensa de la CIA (Marie Harf) un mensaje con el borrador avanzado del artículo que la columnista Maureen Dowd publicó el 7 de agosto de 2011 para denunciar la colaboración cinematográfico-gubernamental (el redactor había ayudado a su colega a verificar el dato de una reunión secreta). “Esto nunca te lo mandé” escribió Mazzetti antes de asegurar que la nota de Dowd no tenía “nada de qué preocuparse”.

El mismo 28 de agosto, la prensa del espectáculo, el New York Times (muy rápidamente) y otros diarios conservadores (Chicago Tribune por ejemplo) se hicieron eco del anuncio de Judicial Watch, y subrayaron la confirmación del accionar cuestionable de la administración Obama. Blogs políticos como éste, incluso el diario británico The Guardian se permitieron ir más allá, es decir, cuestionar la filtración de Mazzetti y reflexionar sobre ética periodística.

Al día siguiente, el mismo NYT emitió esta suerte de descargo redactado por el “editor público”, especie de ombudsman institucional que responde las dudas y críticas de los lectores. El saliente Arthur Brisbane (ya había renunciado a su puesto cuando saltó el escandalete pero se hizo cargo en lugar de su representante Margaret Sullivan) se refirió a la inconducta del empleado indiscreto (“contraria a los estándares del diario” y asumida por el propio Mazzetti) y a un hecho sin precedentes en la historia del periódico (tanto es así que el manual de ética corporativo no contempla ningún casos similar).

Dicho esto, Brisbane entendió que “se violaron” dos reglas básicas: aquélla que desaconseja compartir el contenido de un artículo sensible más allá de la habitual relación de toma-y-daca entre la prensa y sus fuentes; y aquélla que separa la elaboración de una noticia del ejercicio editorial (Mazzetti ayudó a chequear en calidad de reportero; Dowd era responsable de denunciar: el primero no midió las consecuencias de adelantar el trabajo de la segunda).

La conclusión del ombudsman a modo de moraleja fue la siguiente: “el Times debería redoblar sus esfuerzos por fortalecer los límites tan esenciales para cultivar la confianza del lector” (en buen romance, para evitar nocivas confusiones entre información y opinión). Más jugosa es la transcripción de las declaraciones al blog POLITICO por parte del jefe de redacción del NYT, Dean Baquet, que confesó no poder aclarar demasiado “porque se trata de un asunto de Inteligencia”.

La frutilla de la torta fueron los rumores, enseguida desmentidos, de que Steven Spielberg adaptaría la novela No easy day. The firsthand account of the mission that killed Osama Bin Laden (algo así como Un día nada fácil. La crónica de primera mano de la misión que mató a Osama Bin Laden ), que la editorial Penguin sacará a la venta el próximo 11 de septiembre*. Más de uno se habrá ilusionado con una demostración de fuerzas entre el director de Caballo de guerra y la directora de Vivir al límite.

Ni el sitio oficial de ZDT ni su página en Facebook se pronuncian sobre las revelaciones de Judicial Watch ni sobre la conducta del periodista del New York Times. Tampoco se actualizan seguido (la cuenta de la red social sube de vez en cuando alguna foto).

Por lo visto, el escándalo en torno a Zero Dark Thirty resulta mucho más efectivo como campaña de prensa que cualquier estrategia convencional.

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* El libro también tuvo su propio escandalete cuando -cuenta el Huffington Post- Fox News pimero y Associated Press después revelaron la identidad secreta del autor Mark Owen: Matt Bissonnette en la vida real.

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