Voy recolectando en mi periplo chino lugares imprescindibles que merecen con creces una visita exhaustiva y detenida: es el caso del Parque natural de Zhangjiajie, Patrimonio de la humanidad por la Unesco desde 1992.
Es menester indicar ya en el proemio de esta crónica que los alucinantes paisajes que tienen el honor de vislumbrar mis retinas son los que sirvieron para crear el escenario en 3D de la película "Avatar".
Zhangjiajie es una rareza "alienígena" para los occidentales; o sea, un destino completamente ignoto y por tanto, visitado mayoritariamente por turistas endémicos. Me rodea una incesante "turba" china con ademanes de genuina curiosidad y extrañeza. Por más que oteo en derredor, no atisbo más que asiáticos.
En este punto me detengo brevemente para comentar una anécdota que me perseguirá durante todo el viaje: al ser yo de naturaleza velluda y los chinos lampiños, mis piernas y brazos descubiertos y nada lampiños provocarán en la población china todo un rosario de emociones dispares, que van desde la envidia y el asombro más absoluto hasta la idolatría, el descaro y el cotilleo.
Soy objeto de miradas, comentarios y flashes que me retratan como si fuera yo una estrella del celuloide.
Volviendo ya a los paisajes, son frecuentemente y fácilmente visibles manadas de macacos que se acercan al turista en busca de alimento. Lo hacen con total inverecundia, o sea, sin el menor asomo de vergüenza o temor. Es conveniente tener muy presente que estos simios no están domesticados, ni muchos menos, sino que son animales salvajes y aproximarse a ellos para hacerles carantoñas puede ser interpretado como una clara muestra de amenaza para el grupo.
Como bien señalo y acompaño de una fidedigna "receta" fotográfica, los paisajes de Zhangjiajie no son de este mundo...
Este hecho irrefutable cobra todo su significado desde los miradores, o desde las alturas en el teleférico que sobrevuela las cimas de las montañas y las nubes y los picos, afilados como puntas de lanza.
Por el camino, que es siempre angosto o empinadísimo, tortuoso o extenuante, hay gran cantidad de puestos de comida para avituallarse. Los más sibaritas o enemigos del ejercicio físico acaso prefieran contratar los servicios de los porteadores que llevan en volandas al turista en el interior de un cómodo transportín.
Acabada la jornada de embeleso, regreso al pequeño y bonito pueblo de Zhangjajie. Está especialmente hermoso por la noche; precioso y buen ambiente, colorido y festivo. Abren las tiendas y queda el pueblo iluminado, suena la música...
Veo grupos de gente bailando en cualquier parte al ritmo de una elaborada coreografía urbana.