A las afueras de París, en la hermosa localidad de Villenes-sur-Seine, devorada por el paso del tiempo y oculta por la maleza, se erguía la mansión Gassó-Fleury... o lo que quedaba de ella. La mayoría de los habitantes de las desperdigadas granjas que habíamos ido encontrando por el camino habían abandonado el lugar y los pocos lugareños que aún resistían allí, llevaban meses atemorizados, encerrados en sus casas mientras rezaban por una salvación que parecía no llegar.
De un tiempo a esta parte, a medida que la noche iba oscureciendo el paisaje, unas deformes criaturas grotescas se lanzaban en busca de carne fresca, bien fueran ganado o desprevenidos humanos.
Nos encontrábamos en la desvencijada cocina de la mansión, dispuestos a abrir la trampilla que daba acceso al sótano. Equipados con cascos mineros, el objetivo era descender en busca del nido de aquel horror hambriento. La trampilla, quejumbrosa por el óxido acumulado en sus bisagras, cedió con esfuerzo y la bocanada de aire pútrido que nos sacudió fue espantosa. Casi como una sustancia pegajosa, el hedor enseguida impregnó el ambiente, haciéndolo denso e irrespirable. Nos atamos unos pañuelos para proteger la nariz y la boca de aquel olor nauseabundo e iluminamos el hueco que se había había abierto en el suelo: hasta donde alcanzaba el haz de luz, solamente podía verse tierra y más tierra que parecía hundirse en las profundidades.
Fueron unos segundos, los que tardamos en girarnos para dejar las mochilas y coger las escopetas del 12 y unos cuantos cartuchos, además de las linternas de repuesto y las hachuelas, pero esos pocos segundos fueron suficientes para que un rostro cadavérico surgiera por la trampilla con un aullido gutural. Tras él se escuchaban gritos delirantes, aullidos famélicos y sollozos plañideros que no auguraban nada bueno… y, de pronto, empezaron a aparecer brazos y más brazos que pugnaban por salir, arañando el suelo de madera y mostrando una carne podrida a través de la que asomaban huesos y tendones.
Abrimos fuego contra la masa informe de muertos vivientes hasta que el olor a pólvora y a carne quemada se apoderó de la cocina. ¡Debíamos bajar rápido y dar con el núcleo de aquel cementerio andante!