Zumbidos

Publicado el 26 junio 2012 por Carmentxu

Hasta no hace mucho, no se ha estado tan mal en la colmena. Ha habido momentos gratificantes e, incluso, llegamos a perder la percepción de nosotros mismos como insectos. Cada uno representaba su papel, se creía único, imprescindible en aquella pequeña urbe a ojos de un mamífero, pero descomunal a los nuestros. Hacíamos carreteras, construíamos edificios y éramos felices durante instantes. Nos han estado educando para vivir en esta laboriosa colmena como obreras, sin pensar demasiado en temas superiores. “Que inventen otros, que innoven y se arriesguen otros, que aquí seguimos a lo nuestro, lo seguro, rápido y rentable”. El ladrillo ha sido un buen exponente de la cultura empresarial dominante. Un negocio redondo.

Ahora, muchas abejas no tienen nada que hacer en esta colmena. Aquello para lo que fueron programadas no existe y seguramente no volverá jamás. Apenas quedan parcelas de tierra por explotar, los campos sucumbieron a la tentación expropiadora y  el futuro se recalificó como urbanizable. Ahora, la cosecha se limita a escombros, restos de obra y edificios a medio empezar, a medio acabar o ni una cosa ni otra, sino todo lo contrario, devastados en este campo de batalla árido, con demasiados cadáveres sin recoger. Nadie nos dijo qué hacer en este escenario, el peor de los posibles, ni nos explicó el plan, si es que había alguno. Mientras, las abejas zumban de aquí para allá sin saber muy bien qué hacer mientras limosnean derechos y buscan algún alimento con que sobrevivir. En la cultura de la colmena, el emprendedor es un bicho raro. En la cultura anglosajona, el fracaso es la antesala de una segunda oportunidad, una posibilidad cada vez más cercana de hacerlo mejor y acertar a la próxima, aprendizaje y experiencia. En la colmena, sin embargo, a quien fracasa, se le estigmatiza durante generaciones. Es el pecado original y no hay segundas oportunidades para resistirse a la manzana. Y seguimos zumbando aturdidos mientras intentamos recuperar un pasado ya convertido en humo y esquivando las ráfagas de insecticida que nos envía Merkel.