Juan Eduardo Zúñiga.Misterios de las noches y los días.Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.Barcelona, 2013.
Llevadas las palabras por el viento, no entendió la noticia y el viejo amigo, tan viejo como él, que le paró en la calle, tuvo que repetirla y entonces comprendió que ella había muerto y el saberlo rompió la claridad del día y de las grandes nubes, y se percató de lo que era aquella noticia y en su mente se abrió el panorama de la lejana juventud.
Así comienza La bailarina, uno de los cuarenta relatos que se recogen en Misterios de las noches y los días, la colección de cuentos de Juan Eduardo Zúñiga que acaba de reeditar Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.
Un personaje se transforma en una esfinge a fuerza de contemplarla; una muchacha tiene no un amigo invisible, sino un amante invisible; un conde ve a su bisabuelo aristocrático en la barraca miserable de un teatrillo de feria...
Son algunas de las situaciones que se plantean en estos cuentos breves e intensos, dotados de un grado de concentración que subordina todos los elementos narrativos a la consecución del efecto único.
En ellos lo fantástico es el resultado de la irrupción del misterio en la realidad cotidiana. Ese es un rasgo que comparten los cuarenta relatos breves de este libro con la literatura fantástica. Pero lo fundamental en estos textos, lo que hace que funcionen como un mecanismo perfecto es que lo inesperado se narra en el mismo tono que lo trivial para construir en conjunto la imagen de un mundo opaco, de otra realidad incomprensible que no desentraña la razón ni captan los sentidos, de un mundo más complejo del que muestra la rutina.
Un personaje (El bisabuelo, El soldado, El jugador, La pianista), un objeto (El cuchillo, El coche, El reloj, La rosa), un lugar (El quiosco, La barraca) o una acción (El perdón, El mensaje, La venganza, El regreso) fijan en el título escueto de estos relatos la atención del lector en torno a ese centro de interés que contiene el núcleo del misterio.
Una línea imperceptible separa lo real de lo fantástico en estos relatos, en los que la travesía de esa frontera no deja señales en el estilo ni altera el tono, porque Zúñiga narra como si no existiera esa frontera, como si las puertas de comunicación de lo real y lo fantástico estuvieran abiertas de par en par o fueran giratorias.
De esa manera lo cotidiano se diluye en la rutina y lo misterioso adquiere una sensación más intensa de realidad en lo invisible, en lo dudoso, en lo secreto.
Con su acreditado oficio narrativo y un tono cercano y humilde aprendido de Pushkin y de Chejov, Zúñiga entra en esa realidad tan misteriosa e inaccesible como el escritor al que visita el narrador en La esposa, uno de los mejores relatos de un espléndido libro.
Santos Domínguez