Revista Cine

A pesar de todo

Publicado el 08 mayo 2019 por Pablito

Entre los innumerables méritos a lo largo de la corta pero intensa existencia de Bambú Producciones, hay uno que destaca especialmente: el de haber firmado la primera serie española de Netflix: Las chicas del cable. La prestigiosa productora española, que hasta entonces había sido artífice de éxitos televisivos tan rotundos como Gran ReservaVelvet o Bajo Sospecha, inició en 2017 un romance con la plataforma de streaming más famosa del mundo que, lejos de romperse, se fortalece con el tiempo. El hecho de que Las chicas del cable se convirtiera en una de las 3 series con más impacto de la compañía a nivel mundial -a la altura de los otros dos buques insignia de la compañía: Stranger Things y Por 13 razones-, fue motivo más que suficiente para que ambas partes estuviesen dispuestas a seguir trabajando juntas. En este contexto nace A pesar de todo (Gabriela Tagliavini, 2019), la primera película de Bambú para Netflix y, a su vez, la segunda incursión de la productora gallega en el cine tras El club de los incomprendidos (Carlos Sedes, 2014). Y el resultado, me temo, ha sido un desastre.

A pesar de todo

La trama de A pesar de todo gira en torno a 4 hermanas que se reúnen en Madrid tras el fallecimiento de su madre. Una vez allí tendrán que digerir la sorpresa que le había guardado su progenitora en su testamento: el que creían su padre no es su verdadero padre. Es más, cada una es hija de un padre diferente. A partir de aquí las cuatro hermanas, a pesar de sus personalidades diametralmente opuestas, unirán fuerzas para embarcarse en la búsqueda de sus respectivos padres. Con semejante argumento, que desde luego no brilla por su originalidad, se desarrolla una película lastrada en todo momento por exhibir de forma tan indiscriminada y sin ningún tipo de pudor la vocación con la que ha sido concebida: conquistar a todo tipo de público. Un objetivo muy loable, qué duda cabe, siempre y cuando la calidad no se pierda por el camino. Y la falta de calidad es, precisamente, el principal problema de esta producción que parece haber sido hecha deprisa y corriendo. Lo que vulgarmente se denomina un producto de encargo; parece como si Netflix le hubiese dicho a su socia “necesito esto, házmelo rápido y vamos a forrarnos”. En el plano artístico la película no atesora ningún mérito más allá de la siempre lograda fotografía del infalible Kiko de la Rica, pero es en el plano narrativo cuando esta producción de Teresa Fernández Valdés y Ramón Campos, máximos responsables de Bambú, se viene definitivamente abajo.  

Da un poco de pena ver a actores tan inmensos como Emilio Gutiérrez Caba, Juan Diego, Joaquín Climent o Marisa Paredes -por citar sólo algunos de los primeros espadas que desfilan por esta cinta que, ojo, debería figurar en la lista de películas con mejor reparto de la historia del cine español-, puestos al servicio de una película tan torpe, tan mal contada y con tan poco calado. Su simpleza argumenta sonroja. Sus diálogos, también. La errática, maniquea, y precipitada presentación de los 4 personajes principales durante los diez primeros minutos ya nos da una idea de por donde van a ir los tiros, y es que conforme se va consumiendo la película hasta el espectador con menos criterio del mundo no tarda en percatarse que todo es una sucesión de tópicos y personajes estereotipados, sin rastro de entidad cinematográfica alguna ni mucho menos de ritmo -sólo así se explica que sus escasos 78 minutos de metraje se terminen haciendo largos-. Es una pena que la directora se muestre más interesada en filmar bonitas estampas de Madrid, que en contar una historia con alma, con un mínimo de personalidad. Porque las historias que huyen de cualquier atisbo de trascendencia, complejidad o intensidad también necesitan estar bien contadas, también necesitan tener un sello propio. Y aquí nada de esto se vislumbra ni por asomo. 

A pesar de todo

El espléndido cuarteto de actrices femeninas -Belén Cuesta, Amaia Salamanca, Macarena García y Blanca Suárez- poco pueden hacer sin guión al que aferrarse, defendiendo unos personajes de cartón piedra, poco creíbles. No se explica, por ejemplo, que en ningún momento se note que sientan la pérdida de su madre -se pasan la película riendo-, ni tampoco se explica que nos intenten vender como humor el hecho de que una de las protagonistas se despierte sorprendida porque ha hecho un trío la noche anterior en su cama o esa otra escena en la que un pintor desnudo se coloca delante de sus partes íntimas un pene dibujado. Bastan estos dos ejemplos, hay mil más, para entender el dudoso sentido del humor de un proyecto que no sirve ni para desconectar una tarde de domingo. Y si en una comedia no hay humor, ya está todo dicho. A veces querer llegar al mayor público posible no es una buena idea. 


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