Revista Educación

Adicto al riesgo

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Adicto al riesgo

Aunque muchos de los que creen conocerme me consideran un sujeto insulso y comedido, yo, a mi modo, soy un hombre adicto al riesgo y a pesar de que no practico parkour, parapente, puenting, skateboarding, rafting o cuantas majaderías deportivas acaben en ing, de vez en cuando me juego el tipo innecesariamente, solo por sentir un momento de embriagadora adrenalina.

La cosa me viene desde pequeñito cuando, sin todavía saber nadar, me lanzaba sin manguitos por la parte honda de la piscina en cuanto se descuidaban mis padres y, en más de una ocasión, fui rescatado literalmente por los pelos.

Pocos años después, me aventuraba a ir hasta el rompeolas de la playa de Las Teresitas justo después de comer, invocando al corte de digestión (que, todo sea dicho, nunca se produjo) y, aún hoy, por pura cabezonería o, vayan ustedes a saber, si por una tara mental que me impide aprender las lecciones de una mala experiencia, cada vez que subo a La Laguna voy sin la rebequita del por si acaso y acabo tullido como un auténtico papanatas.

Cualquiera que me lea pensará que no le tengo aprecio a mi vida y que me estoy matando por fascículos, pero tengo que reconocer que, además de todo lo anterior, como carnes rojas varias veces por semana (háganme el favor y no se lo cuenten al Ministro de Consumo) y, regularmente, tomo barraquitos con tres cuartas partes de leche condensada y otras sabrosas bombas de glucosa con burbujitas e, incluso, a sabiendas me zampo los yogures caducados (pero de poquito. No se vayan a creer...)

Para saciar mi curiosidad científica (y mi instinto de pirómano) en alguna que otra hoguera de San Juan lancé una botella de aguarrás (consiguiendo salvar las cejas, pero quedando impregnado por un repugnante olor a chamusquina durante casi una semana) y, asimismo, he metido un paquete entero de pastillas en un envase de dos litros del refresco de la chispa de la vida (como casi todos los integrantes de la Generación X).

Adicto al riesgo

Igualmente, mi imprudencia me ha llevado a escuchar vinilos de Black Sabbath al revés, intentando comprobar la veracidad de la leyenda urbana que aseguraba que así se escuchaban mensajes satánicos, pero lo único que he conseguido (afortunadamente) ha sido rayar el lp y cargarme la aguja del tocadiscos.

Para colmo, veo todas las pelis y las series que me recomienda mi cuñado y soy de los que compran libros solo porque les atrae el título o la portada (si eso no es vivir al límite no sé yo).

Al margen de todo esto, a veces me equivoco e intercambio las pastillas del desayuno y la cena y, por si fuera poco, en un acto de rebeldía, me salto a la torera los principios del Feng shui, y hay días que voy por la calle a lo loco con el auricular de la derecha en la oreja izquierda y viceversa, poniendo así en jaque el mantenimiento del orden planetario.

Sin embargo, en cuestiones verdaderamente importantes como la pandemia de la Covid, no dejo el más mínimo espacio a las tonterías, y me vacuno cuando toca y salgo siempre a la calle con mascarilla, porque una cosa es ser un incauto, un olvidadizo, un guasón o un transgresor y ponerse en riesgo solo a uno mismo y otra bien distinta es ser un idiota integral y poner en peligro a todos los demás.


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