Revista Educación

Aquellos maravillosos años

Por Siempreenmedio @Siempreblog

¿Recuerdan ustedes aquellos días en que queríamos comernos el mundo? Éramos jóvenes y todo el tiempo que nos quedaba por vivir era un catálogo de triunfos. El IKEA del dulce porvenir. Estanterías y estanterías llenas de éxitos al alcance de la mano. Sólo teníamos que escoger el nuestro. O los nuestros, que cuando uno es joven abarca mucho y aprieta aún más. Eran días de euforia, autoestima, esperanza, pechos palomo y mucho aire fresco. El único miedo era qué camino escoger, qué experiencias perderse y cuáles vivir. Los más aventurados, los más jóvenes entre los jóvenes, despreciaban ese miedo y recorrían, o pretendían recorrer, todos los caminos. La vida era cualquier cosa menos breve o áspera o amenazante. Todo, todo, todo se podía hacer. Lo podíamos todo. Lo queríamos todo. Lo tendríamos todo.

¿Recuerdan aquellos días? Yo no. Nunca me he sentido así. Ni un poquito. Yo he tenido miedo hasta de tener miedo. Incluso de dejar de tenerlo. Yo me conformaba, en aquellos maravillosos días, con que me dejaran tranquilo. No lo conseguía siempre, pero sí la mayor parte del tiempo. Lo que perdí en euforia lo gané en calma. Era lo que podía abarcar y casi no apretaba.

Ahora que con el paso del tiempo he aprendido a asomarme al mundo sin molestias estomacales, podría aprovechar para disfrazar mis carencias de cinismo (postureo le llaman en estos tiempos) y pasearme ufano entre el panorama, ¡tremendo panorama!, preguntando a babor y estribor: ¿Qué? ¿No nos íbamos a comer el mundo? ¡Pues bonito mundo!

Pero no. No lo haré. Por ahora (y por si acaso).

Aquellos maravillosos años

Te las prometías muy felices, Kevin Arnold.


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