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Art Basel y el periodismo domesticado

Por Deperez5
Art Basel y el periodismo domesticado
Art Basel y el periodismo domesticado

La lectura de una nota sobre la feria de galerías Art Basel, publicada por la periodista limeña Fietta Jarque en el diario español El País (15/06/2010), es una nueva y contundente muestra de la repentina suspensión del juicio propio y la total ausencia de pensamiento crítico que caracteriza a los cronistas dedicados a la cobertura del arte contemporáneo.
Como si fueran meros agentes de prensa del comité que organiza la respectiva feria o bienal, estos curiosos periodistas practican, tal vez sin proponérselo, el igualitarismo más extremo; al comportarse como profesionales del elogio y fieles ejecutores de la misión de aceptar y aplaudir indiscriminadamente la profusión de objetos estrafalarios, amontonados como en un mercado persa, no advierten que sus reseñas dibujan una monótona meseta, donde no se hace ninguna distinción y todo lo exhibido se reviste de la misma tonalidad.
En este caso, luego de la obligada muletilla que consagra la expansión de los límites del arte, la complaciente Fietta pasa a enumerar la larga membrana neumática (120 metros) del español Sergio Prego, la gigantesca esfinge de piel de buey y rostro humano del chino Zhang Huan, los tubos blancos amontonados del alemán Michael Butler y el video que el norteamericano Doug Aitken proyecta sobre las cuatro paredes de una gran estructura arquitectónica.
Como no podría ser de otro modo, en la típica jerga estereotipada de Fietta los videos "exploran algo cercano a lo documental”, como “los de Harum Farocki sobre fabricantes de ladrillos (contrapone lo artesanal y lo industrial) o el trabajo de los suizos Frédéric Moser y Philippe Schwinger, que reflexionan sobre la guerra de Irak contraponiéndola a la masacre de My Lai, en Vietnam, en 1971; otros dan muestra de acciones, como la performance erótica de una mujer con una guitarra eléctrica, del norteamericano Christian Marclay, o crean fantasías como la de una pompa de jabón que va inspeccionando todas las habitaciones de una casa vacía, de los brasileños Rivanne Neuenschwander y Cao Guimaraes”.
Además de prodigarse en reflexiones y exploraciones amparadas por la expansión de los límites del arte, Fietta se atiene al libreto oficial de Art Basel incluso cuando arriesga algo que podría parecer un juicio personal: “hay una pulsión que acerca cada vez más las artes plásticas al cine”, dice, y pretende demostrarlo mediante la descripción de la cabaña usada para proyectar un film, levantada con palos, lonas viejas y sillas de playa baratas por la veterana directora belga Agnès Varda.
Para continuar la tarea de enumeración y aplanamiento, típica de los comentaristas de arte contemporáneo, Fietta recuerda que en Art Basel hay otros dos trabajos de artistas españoles: “el de Alicia Framis presenta los objetos y el vídeo de su performance ‘Lost astronaut’, en el que la artista se mueve por calles y diversos locales de Nueva York vestida con traje de astronauta, y Dora García hace un homenaje a los ‘hombres que ha amado’, como J. G. Ballard, Bertolt Brecht, Robert Altman, Peter Handke o Lenny Bruce”.
Por último, escribe Fietta, “también hay sitio para piezas de artistas históricos, un gran laberinto de tubos de cartón, de Pistoletto, o la poética Linterna mágica (1990) del recientemente desaparecido Sigmar Polke, con una preciosa serie de las escasas pinturas que se pueden ver en esta muestra, porque Art Basel es un termómetro del mercado del arte y estos son valores seguros”.
Concebida de acuerdo con un molde preestablecido, la escritura de esta clase de textos demanda a sus autores la suspensión total del pensamiento libre y la consiguiente facultad de emitir juicios propios, valores que son inseparables de la actividad periodística en cualquiera de los géneros editoriales, pero que han sido torpemente expulsados de las artes plásticas en nombre de la irracional teoría de la “expansión” de sus límites.
La supuesta expansión, palabra que esconde un absoluto vaciamiento de sentido, anula un concepto que la civilización fue construyendo a lo largo de centenares de siglos, y lo sustituye por el irresponsable y arbitrario procedimiento de convertir el arte en un rótulo de libre aplicación, librado al capricho de los curadores, artistas y funcionarios que componen la secta conceptual.
Pero ese propósito no hubiera podido alcanzar el predominio que ostenta sin la complicidad de los grandes medios periodísticos, que cedieron el control de sus páginas de arte a una dócil y mediocre corte de fiettas producidas en serie.

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