Revista Educación

Café y cigarro, muñequito de barro

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Café y cigarro, muñequito de barroHoy hace exactamente cuatro meses y veinticuatro días que dejé de fumar. Me acerco al medio año y me alejo, al mismo tiempo, de aquella vida entre ceniceros repletos de colillas, olor a humo y una constante asfixia. Soy consciente de que aún no he ganado y de que cinco meses es un espacio de tiempo insignificante si se compara con lo que ha durado mi vida de fumador. De todas formas, como bien sabrán aquellos que se hayan embarcado en la empresa de desintoxicarse de la nicotina, este es un camino lleno de obstáculos y en el que tienen una gran importancia los pequeños logros.

Mi padre, que lleva más de 25 años sin probar el tabaco, comenta a menudo que si hoy el médico lo desahuciara, lo primero que haría sería ir al estanco a comprar un cartón de Coronas. Yo, sin embargo, no soy de los que piensa que se es fumador para toda la vida, aunque quizá todavía llevo muy poco tiempo como para poder asegurarlo, pero sí que creo que hay determinadas cosas que antes venían irremediablemente acompañadas por un cigarrillo y que hoy ya no son lo mismo. Lo que no quiere decir que sean peores, sino que son distintas.

Por ejemplo, el momento de ir al baño para hacer caca por primera vez en el día. Fue a mi hermano a quien escuché la primera vez un refrán muy apropiado para describir este instante maravilloso, placentero y cargado de una profunda espiritualidad. “Café y cigarro, muñequito de barro”, espetó una tarde después de comer, en plena sobremesa y cuando esas dos circunstancias, precisamente, lo obligaban a abandonar el comedor para subir al servicio.

¿Qué extraño mecanismo natural hace reaccionar esos dos ingredientes en nuestras entrañas, relajándonos los intestinos? Espero conocer la respuesta algún día. Por lo pronto sigo tomando café, pero mis guerreritos de terracota (como a otro amigo le gusta llamarlos) son empujados en la actualidad, de manera muy puntual, por agentes tan diferentes como el bocata del desayuno, un kiwi fresco o un abdominal más de la cuenta. En este preciso instante, levanto la cabeza y veo delante de mí, en la estantería, la caja de Chesterfield que dejé a la mitad hace casi cinco meses. Y será psicológico, pero a mi panza libre de humos le ha dado un retortijón. Otro muñequito está por venir.


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