Revista Cultura y Ocio

Carmen de bizet

Por Orlando Tunnermann

CARMENDE G.BIZETTEATRO REINA VICTORIA, MADRID29 DE JUNIO AL 5 DE AGOSTO.
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CARMEN DE BIZET
CARMEN DE BIZET
CARMEN DE BIZETMe adentro hoy en terreno desconocido. Me aventuro a la novedosa experiencia de comentar una obra musical de corte puramente flamenco, o mejor dicho, revestida de flamenco. No es mi campo. Soy lego, profano en cuestiones que tienen que ver con tablaos, bailaoras, castañuelas, taconeos. No sería desacertado decir que el flamenco no acaba de calar en mi sistema sanguíneo, que no me seduce, que no comemos en la misma mesa ni rezamos el mismo credo. Por ello, para valorar adecuadamente lo que sucede sobre el escenario del teatro Reina Victoria, debo dejar que el jurado sea mi propia piel, las emociones, si siento escalofríos y se me enciende el alma. Uno no precisa atesorar conocimientos de astronomía para quedar hechizado ante el fulgor de las estrellas. Tampoco se piden titulaciones de ingeniería y arquitectura para admirar la prodigiosa belleza de las pirámides de Egipto. No considero pues necesario aportar magisterios en danza clásica, racial o del tipo que sean para desdeñar o admirar el arte innegable del flamenco. Como mis predilecciones musicales han quedado patentes, paso pues a narrar la breve historia de emociones vividas en un patio de butacas.
Llego al teatro Reina Victoria con el acicate como aliado de ver la legendaria obra “Carmen” de G.Bizet. En formato netamente flamenco, se desembala sobre las tablas la historia de una fascinante gitana que queda prendada de un soldado. Este amor tempestuoso, borrascoso, indomable y voraz, abocado al drama desde sus inicios, será el punto de partida de una relación truculenta y tortuosa donde no faltan los celos, el amotinamiento, la rebeldía y la sangre...
Bandoleros, contrabandistas, cigarreras son parte de la ambientación inherente de este inmortal drama de cuño vernáculo. La compañía ballet flamenco de Madrid se enfrenta al espectador desde el minuto cero con una puesta en escena que se me antoja entre lóbrega y siniestra, entre sombras que no profetizan nada bueno, para el desarrollo de la historia, que no la ejecución. Busco drama, pasión, entrega, que el gesto acompañe al movimiento.
Básicamente, busco una fusión perfecta entre el cuerpo que se revoluciona y el rostro que se deforma por el vendaval de un fuego interno incontrolable. Lo que acaece ante mis ojos enseguida percibo que tiene justamente eso: una apoteosis de acontecimientos anímicos (del alma) que pintan los rostros de los bailaores con arrugas, contorsiones, tensión, emociones puras que escapan por completo a la voluntad y al control. Tengo la profunda convicción de que los bailaores, ellos y ellas, es el mismo efecto, idéntico síndrome, cuando taconean, giran, saltan, brincan, quedan hechizados por un trance hipnótico a modo de catarsis o sublimación sensorial. Están poseídos por una fuerza sobrenatural que es como el fuego: no se puede domeñar(amaestrar). El efecto en mí es igualmente arrobador, me atrapa, me embelesa y quedo presa de los cantes, las palmas, la música que no cesa de sonar, mientras las tablas son aporreadas sin descanso por un taconeo implacable. El flamenco no se aprende, ni se puede falsear, no se puede edulcorar ni adulterar, pues es una fuerza primigenia que mana del torrente genético: hay que sentirlo fluir como una respiración, o el bombeo de un corazón. Es una fuerza inexplicable que toma el control y se apodera de ti. Tu única salvación es dejarte llevar, lanzarte al precipicio de un torrente salvaje, primitivo, que habla un lenguaje primigenio,olvidado, gutural y soberano, que no admite intrusiones ni dogmas de ninguna clase.
Estas líneas definen básicamente las conclusiones a las que llego tras asistir a un espectáculo sin duda soberbio, magistral, una alucinación colectiva que atrapa en sus redes a propios y extraños. Los personajes principales no pueden estar mejor seleccionados. Carmen, un bellezón de racial fisonomía y energía combustible de central nuclear. Excelente bailaora, un talismán, consume el oxígeno de todo el escenario y con su garra, carboniza el teatro con una furia y vitalidad que no son de este mundo. Don José, apolíneo, magnífico en todos sus registros. Ovación merecida para toda la compañía, hasta que se desgañiten las voces y las palmas de las manos se desnuden de pieles y pellejos de tanto aplauso y palmas al son de una guitarra.

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