Revista Educación

Confort

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Confort

Detesto con honda intensidad a todos los que invitan (en todos lados, a todas horas) a salir de la zona de confort. Los detesto de manera inversamente proporcional al amor que le tengo a la mía. Puede que un poco más. Porque sospecho además que ellos no se aplican el cuento. Su bienestar consiste en gran parte en la aventura, el reto. Cuando exploran más allá de lo conocido no aprenden a través del sufrimiento. Disfrutan. Sienten placer. Son los que se estudian el Trivial, irrumpen en tu fiesta, apartan las bebidas, te obligan a jugar y encima te juzgan en la derrota.

Dicho esto, yo salgo a diario de mi zona de confort. Es fácil. Basta que la misma conste de la cama y un par de estancias (no todas) de tu modesto hogar. Que yo salga de casa, aunque sea al súper, hace salivar al coach más avezado. No digamos ya si mi salida es en dirección al aeropuerto y el motivo del viaje es de trabajo. Está TikTok lleno de vídeos dedicados a mi hazaña.

Es broma. Bueno, es broma lo que es broma, ya me entienden. El estrés está ahí.

El otro día, sentado ya en el avión de esa magnífica compañía de la que no diré el nombre porque no se debe invocar al Maligno, me di cuenta de que había olvidado ponerme la mascarilla. ¿Cómo ninguna azafata me lo advirtió? Me giré y observé que ninguno de mis compañeros de aventura la llevaba tampoco. ¿Cómo va a ser esto? ¿Hemos terminado de perder la vergüenza? Alguien me advirtió que ya no había pandemia, que lo acababa de decir la OMS.

HOTTIAPUTA.

Reconozco (con la boca pequeña, el culo apretado, el corazón en un puño, un nudo en la garganta y mucha, muchísima vergüenza) que sentí algo así como lo que el tiktokero motivacional medio pretendía de mí. Que el estrés por el viaje a Centroeuropa ya había valido la pena solo por ese momento en el que justo comenzaba.

Hoy hace tres años y un par de meses que nos metimos en casa (con el culo apretado, el corazón en un puño, un nudo en la garganta y mucho, muchísimo miedo) a observar a través del televisor cómo un virus nuevo y desconocido iba a matar a millones de personas a lo largo y ancho del mundo. Ni mi cama ni un par de estancias del hogar eran zona segura. Simplemente todo lo demás era muchísimo peor. Y hoy, tres años y un par de meses después, sabemos a lo que nos enfrentamos, tenemos armas y la amenaza es infinitamente más leve. A pesar de impacientes, incrédulos, egoístas y estúpidos de muy diverso pelaje y motivación, la razón ha triunfado.

Puedo decir, lo he percibido, que mi zona de confort es bastante más amplia. Incluye a la comunidad científica y a la comunidad humana en general que decide apostar por ella. Ahora sí que ni de coña salgo de aquí.

Confort


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