En este espacio donde escribimos periodistas y ajuntaletras, gente que hemos consagrado toda o parte de nuestra vida profesional a contar lo que pasa en las calles, es justo y merecido que deje apartadas mis propias inquietudes de plumilla retirado, para dedicar unas palabras a un buen hombre, a Cristóbal García, gran fotoperiodista y mejor compañero, que nos dejaba un poquito más solos y tristes ayer, martes, día 2 de septiembre de 2020.
Un poco más ciegos.
Cristóbal era un biólogo reconvertido a comunicador, cuya aportación es imprescindible para ilustrar la historia democrática de este archipiélago atlántico, primero en el recordado rotativo La Gaceta de Canarias, y luego en la Agencia Efe en Tenerife, a la que dedicó treinta de sus sesenta años de vida.
Se me encoge el corazón cuando escucho en Cope Tenerife la voz quebrada de la delegada provincial de la agencia, Saro Prieto, compañera en mil batallas, al recordar tantos momentos, tantas vivencias compartidas.
Del certero objetivo de Cristóbal García salieron algunas las más significativas imágenes del Parlamento de Canarias en este tiempo, como también las que enseñaron a todo el planeta las inundaciones de Santa Cruz de Tenerife en 2002, la devastación de la tormenta tropical Delta en 2005, o la visión humana y necesaria del drama que viven los migrantes que arriban en patera a las costas isleñas.
He querido recordar una de las muchas imágenes que él captó en aquella época indeterminada entre 2007 y 2009, en que centenares de subsaharianos alcanzaban las islas ateridos de frío, tras muchos días en medio del mar.
La fotografía como depositaria de un mensaje, tan necesario y expresivo como el texto mismo, que termina el trabajo allí donde las palabras no son capaces de llegar, o como él dijo en una entrevista, cuando se le preguntaba sobre la intuición del fotógrafo de calle: "Nuestro trabajo no es conseguir 'fotos bonitas' sino contar una historia en imágenes".
Hoy que damos valor informativo a cualquier captura que se hace con un móvil, es de justicia ensalzar la tarea que desarrollan las mujeres y los hombres que, cámara en mano, engrandecen el fotoperiodismo. Que persiguen el suceso, pero también el gol del Tenerife, o el rostro luminoso de Saida Prieto en una de las últimas fotografías que se le tomaron antes del incendio que estuvo a punto de terminar con su vida en el carnaval de 2012.
Pero si algo merece ser resaltado de Cristóbal es ese carácter suyo tan especial, tan afable, la sonrisa franca y natural que se asomaba con suma facilidad tras su barba de siempre, los ojos pícaros y la risa contagiosa, que acompañaba con un saludo cortés o una broma.
En medio del dolor sincero por su pérdida, reconforta comprobar en las redes sociales que tantos periodistas lo recuerdan de la misma forma que yo lo hago: Como aquella persona que te dio la mano en tus inicios en la profesión, que te trató de igual a igual, y te ofreció asiento en una mesa del Bar Derby para compartir el primero de muchos cafés o cortados.
Hoy tenía pensado hablar de cómo nos olvidamos muchas veces de lo esencial. Quería contarte sobre una cara oculta de esta crisis sanitaria sin precedentes que nos ha tocado vivir: La de aquellos que han visto retrasados o ralentizados sus tratamientos para enfermedades como el cáncer, esa operación pendiente que sigue dilatándose en el tiempo, seguimientos preventivos que se suspenden... Algunos han tenido consecuencias fatales.
Y resulta que es un cáncer letal, casi fulminante, el que se ha llevado demasiado pronto a nuestro Cristóbal, a quien espero haber honrado con mis palabras y ruego me perdone el atrevimiento de ilustrarlas con algunas de sus fotografías.
Un recuerdo respetuoso y el más cariñoso de los abrazos para sus seres queridos, a quienes acompaño en el sentimiento.
Descanse en Paz.
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