Revista Educación

Doña Luisa

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Doña Luisa

Doña LuisaTal día como hoy, hace cien años, nació mi abuela.

Doña Luisa, como la llamaba mucha gente, incluidos sus nietos cuando queríamos fastidiarla un poco y sacaba el rejo que la caracterizaba, nació durante la Primera Guerra Mundial y aún vivió dos más, la Civil y la Segunda Mundial. Chicharrera hasta la médula nació en la Plaza de la Concepción, aunque gran parte de su vida la pasó en un piso del Barrio de la Salud, un piso que formaba parte de una comunidad de vecinos de condición humilde que toda su prole recuerda como un refugio, estoy convencida de que hablo en nombre de todos ellos cuando lo digo. Eran esos tiempos en los que los vecinos se ocupaban unos de otros y compartían lo poco que tenían.

En la casa de mi abuela siempre había un plato de comida para el que llegase, estuviese o no prevista la visita y una sonrisa de bienvenida. Olía a potaje, a puchero, a potas, a albóndigas de carne del caldo, a rancho, a carne compuesta, a chicharros encebollados, a cabrito, a arroz con leche, a frangollo, a torrijas, a café y, en Navidad, a gallina compuesta, a truchas, pestiños y rosquetes. Se oía a Los Sabandeños, a Añoranza y a sus queridos Huaracheros y también, si la situación lo merecía a su juicio, adjetivos como merdellón o jediondo, con j.

En la casa de mi abuela había que estarse callado a la hora de la novela, más que nada porque si hablabas en ese momento corrías el riesgo de llevarte una bronca o de que te ignorase. Era mejor interesarse por lo que les pasaba a los protagonistas del culebrón, eso lo sabíamos todos. También había un patio y un balcón llenos de plantas y flores que daba gusto verlas y que ella cuidaba con esmero con esa mano que algunos tienen para que prosperen. Había siempre una opinión sincera, pesase a quien pesase y doliese a quien doliese, que uno apreciaba porque salía del corazón y tenía el mejor de los propósitos. En la casa de mi abuela, por encima de todo, había siempre un hombro sobre el que llorar y un abrazo para compartir la alegría.

Sus últimos años los pasó en casa de mi tía, que generosamente la ayudó a pasar un periodo de olvido que, quiero pensar, también le sirvió para dejar a un lado el dolor que estuvo presente en muchos momentos de su vida.

Con la ayuda imprescindible de mi abuelo, lógicamente, tuvo diez hijos, que le dieron treinta nietos, 35 bisnietos y tres tataranietos. Por desgracia algunos de ellos ya no están con nosotros. Hoy, cien años después, esa estirpe que fundó se reunirá para celebrar su cumpleaños, aunque ya no esté para soplar las velas, porque donde sigue, sin lugar a dudas, es en nuestro recuerdo.


Volver a la Portada de Logo Paperblog