Revista Viajes

Dos días en una comunidad indígena Bribri de Talamanca

Por Marbel

Dejamos Gandoca para dirigirnos a la siguiente etapa de nuestro viaje: una comunidad indígena Bribri de la región de Talamanca. Tardamos aproximadamente una hora en llegar a Bambú, pequeña población a orillas del río Yorkín, donde nos esperaba un grupo de indígenas Bribri con su canoa. Allí conocimos a nuestra cocinera, Prisca, una mujer indígena muy involucrada en el proyecto de turismo rural comunitario de la comunidad de Stibrawpa, y que más tarde descubrimos que también era la presidenta de la asociación de mujeres. Con ella estaba su marido, aunque él permanecía en silencio mientras ella nos relataba cosas de su comunidad y su proyecto. Como ella nos contaría más tarde, las mujeres Bribri son las que tienen el poder en la comunidad y las que toman las decisiones, siempre respaldadas por los hombres que aunque también participan en los proyectos, están en un segundo plano.

Dos días en una comunidad indígena Bribri de Talamanca

El trayecto por el río Yorkín duró una hora y fue agradable y tranquilo. Un señor iba en la parte de delante del bote con un gran palo que utilizaba para empujar el bote cuando quedaba atascado a causa del bajo nivel del agua. El río Yorkín marca un límite natural entre Costa Rica y Panamá. Aunque había abundante vegetación, me pareció más abierta que la que vi en el río camino a Tortuguero. También vimos bastantes aves en las orillas del río o volando delante de nosotros, especialmente martín pescador. En silencio contemplábamos lo que había a nuestro alrededor, preparándonos para la experiencia de convivir dos días con los bribri, para mi uno de los momentos más esperados del viaje.

Dos días en una comunidad indígena Bribri de Talamanca

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Los bribris son quizás el grupo indígena más numeroso de Costa Rica, y provienen de la Cordillera de Talamanca, aunque en la actualidad están asentados en más territorios del país. Según el Censo Nacional del año 2000, hay cerca de 10000 bribris en Costa Rica. Ellos conservan su lengua, tanto oral como escrita, y su actividad económica más importante es la agricultura, especialmente el cultivo de cacao y banano. Al llegar a la comunidad, desembarcamos y vimos las primeras casitas  al estilo bribri, de madera, sobre pilotes y techadas con hojas secas.

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Allí mismo estaba también la escuela, y algunos niños curiosos salieron de ella para observarnos.

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Cuando nos adentramos en el pueblo, pudimos comprobar que los bribris habían mantenido la forma de construcción tradicional (madera con tejados de paja) para todos los edificios y casas, y lo cierto es que la estética de la comunidad estaba muy bien cuidada, además de que el entorno no podía ser más bonito.

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Prisca y su marido nos llevaron hasta la posada rural de la comunidad, también llamada Casa de Las Mujeres, donde nos mostraron nuestras habitaciones. Era austera, sin electricidad, pero tenía lo necesario para poder estar cómodos y dormir, que era lo importante, y las camas tenían sus mosquiteras. Los baños no estaban en el mismo edificio, sino en otro separado, a tan sólo unos pocos metros.

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Prisca nos ofreció un refrigerio y nos presentó a su hijo Leo que iba a ser nuestro guía aquella mañana. Leo nos llevó a unas pozas naturales cerca de allí para bañarnos, en el río Skui. Antes nos enseñó un puente colgante, que si lo cruzabas te llevaba a una cascada (bueno, caminando casi una hora hasta ella) pero no tuvimos tiempo de ir.

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Esta era la poza donde nos bañamos, así nos refrescamos un poco antes de comer. Eso sí, es agua no estaba calentita como la de las playas del Caribe, más bien lo contrario, bastante fría.

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En el camino de vuelta, Leo nos enseñó la planta del cacao y también nos abrió un fruto para que viéramos cómo era por dentro. Pudimos incluso probarlo, se puede chupar la pulpa que rodea las semillas, está muy dulce, pero si se mastica la semilla, ésta es amarga.

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Al regresar al comedor de Casa de Las Mujeres, nos encontramos con nuestro almuerzo preparado. Como veis en la foto de la cocina, los bribri cocinan con leña.

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Después del almuerzo, Prisca nos enseñó a preparar la pasta de cacao a partir de las semillas tostadas. En estas fotos podéis ver algunos de los pasos del proceso.

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Al terminar llegó la recompensa. Prisca mezcló la pasta de cacao con leche condensada para que se quedara cremoso, y nos dio unos bananos (es como aquí llaman a los plátanos; aquí se llaman plátanos a los de cocinar) para que los untáramos en la crema resultante. Aquello era una especie de deliciosa bomba de azúcar que nos comimos sin dejar ni rastro; eso sí, no es para hacerlo todos los días.

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Ya con el estómago bien lleno, nos llevó Julio (el marido de Prisca) a practicar el tiro con arco. Nos puso como diana una flor de plátano, a la que sólo dos de nosotros conseguimos rozar, pero ninguno conseguimos clavar la flecha en ella. Aquí me podéis ver en plena acción.

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Después de eso, Julio nos enseñó un poquito cómo se hacen los techados de las casas bribri, pero se estaba haciendo de noche así que no nos dio tiempo a aprender mucho. Durante la cena, Prisca nos contó muchas cosas sobre su comunidad y sobre el proyecto de turismo rural que tenían. Me sorprendió lo bien organizados que estaban, y sobretodo lo de que las mujeres estuvieran al mando.

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Aparte de Julio y Leo, aquel día conocimos a otros familiares de Prisca. Por ejemplo, una de sus hijas, que con 30 años ya era abuela. La hija mayor de ésta, que tenía 15 años, era la madre del bebé. Prisca, con 49 años, era ya bisabuela, impresionante. Nosotras estábamos en shock viendo aquello, y ellos se sorprendían que siendo mayores de 35 años estuviéramos solteras y sin hijos. Desde luego que en Costa Rica es sorprendente lo jóvenes que la gente tiene hijos, pero es que los bribi en eso se llevan la palma porque todavía es antes de la media. En esta foto podéis ver a la abuela de 30 años junto a su hijo pequeño que coge en brazos al bebé que es su sobrino y nieto de la mujer, impresionante.

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Al día siguiente, Julio nos llevó después del desayuno a otra comunidad Bribri que estaba al otro lado del río, es decir, en Panamá. Era curioso, pero sólo cruzando el río ya estábamos en Panamá, y a mi me resultaba curioso que aquellas dos comunidades que estaban tan cerca, pertenecieran a dos países distintos. Sin embargo, eran de la misma etnia y cultura, y algunos de sus miembros eran familia.

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Después de cruzar el río caminamos como un par de horas por el bosque para llegar a la otra comunidad. Había bastante barro en algunos tramos del camino.

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Vimos esta preciosa rana de patas azules. Yo sabía que en la zona había y le pedí a Julio que nos ayudara a encontrarlas, y al final nos encontró una.

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Allí nos esperaban algunos miembros de la comunidad, entre ellos una representante del grupo de Mujeres Cuidando el Bosque. Ellos estaban comenzando un proyecto de turismo rural comunitario con la ayuda de la comunidad Stibrawpa, y de hecho, para ayudarles, les mandaban turistas como nosotros. La representante de la asociación de mujeres nos dio una charla sobre su proyecto, y después nos pidieron presentarnos y hablar un poco de cada uno de nosotros.

Dos días en una comunidad indígena Bribri de Talamanca

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Había un señor muy mayor y se me ocurrió preguntarle cosas sobre los bribri, ya que me pareció una oportunidad muy buena para aprender más. Bueno, aquel señor vio su oportunidad para explayarse sobre sus conocimientos de la cultura bribri y se tiró como una hora contándonos cosas. Me pareció muy interesante cuando habló de los chamanes y me sorprendió cuando contó que Jesucristo estuvo por la tierra de los bribri y los chamanes aprendieron de él. Pudiera ser que esta gente tenga un popurrí montado entre alguna religión cristiana (posiblemente evangélica) y la religión tradicional suya.

Para terminar, nos enseñaron cómo se hace una crema de banano y nos la dieron a probar. Lo siguiente que estaba preparado era una caminata por el bosque de allí pero como el señor mayor se tiró tanto tiempo hablándonos, ya casi no tuvimos tiempo para ello; una pena porque era un bosque primario muy bonito.

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Antes de irnos nos enseñaron el albergue para turistas que están construyendo allí. Cuando nos despedimos de ellos, no paraban de repetirme que cuando tenga mi empresa de viajes tengo que llevar grupos para allá, que me estarán esperando. Este niño tan gracioso que nos observaba todo el rato no quería salir en mi foto, hasta que al final lo conseguí.

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No podía dejar de poner esta foto del servicio que tenían allí, de lo más rústico.

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En el camino de vuelta Julio se animó a enseñarnos plantas medicinales que conocía y a decirnos sus propiedades. Yo pensé que sería bueno si pudieran recopilar toda esa información y hacer un libro, y también poner todas esas plantas en un huerto medicinal. Después podrían hacer cursos de plantas medicinales y etnobotánica, irían estudiantes allí y no sólo turistas. A mi me interesa mucho el mundo de las plantas medicinales, y la verdad que me encantaría organizar un viaje educativo de ese tipo. Se lo propuse a ellos y me dijeron que sí tenían idea de empezar a hacer algo referente a ese tema pero también necesitaban la ayuda de un biólogo.

Ya de vuelta, almorzamos y preparamos el equipaje para marcharnos. Como despedida, nos hicimos esta foto con nuestros “papás” bribris, Prisca y Julio. La verdad que en dos días que estuvimos con los bribris, me sentí como en casa, muy bien acogida, y me dieron ganas de quedarme más tiempo. Sin duda alguna que volveré, me han encantado su carácter, tranquilo y paciente, además de ser hospitalarios y estar siempre de buen humor.

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Y otra vez de vuelta por el río Yorkín, esta vez teníamos algunas corrientes y era un poco como rafting, así que nos dieron unos chalecos salvavidas (pero bueno, comparado con el rafting en otras ocasiones, esto no era nada). Disfruté mucho de la vuelta, pensativa iba mirando al río y a su entorno, me sentía privilegiada por haber vivido aquella experiencia.

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