Revista Educación

Drive. Vidas llevadas al límite.

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Drive. Vidas llevadas al límite.  Drive (2011) es una película tal vez demasiado exigente para el espectador. Exige poner mucha atención en las miradas, en los silencios, en los sentimientos no mostrados de los personajes, en los detalles visuales… y exige del público la capacidad de disfrutar de las historias que se toman su tiempo para desarrollarse. Si bien la historia de Drive es simplísima, su puesta en escena no es para nada simplista, más bien es una apuesta muy arriesgada por parte de su director, el danés Nicolas Winding Refn, que se vio recompensada por la Palma de Oro a la mejor direción en el último festival de Cannes. Y es que la estética de Drive es lo que la convierte a la vez en una obra muy a tener en cuenta y lo que la hace tan difícil de asimilar. La apuesta de Nicolas Winding Refn consiste en llevar al límite no sólo a sus personajes, sino cada escena, cada diálogo, cada mirada, cada silencio… y con ello nos lleva al límite también a los espectadores. Al límite en algunos momentos de nuestra paciencia. Porque Drive es lenta, muy lenta. Sosegada e impasible pero inusitadamente violenta; como su protagonista (un estupendo Ryan Gosling gracias a su carencia de gestualidad y su pétrea interpretación) un hombre que no parece un hombre, sino una máscara como las que usa en su trabajo diurno de especialista de cine. Una máscara andante con aire sobrenatural del que no sabremos nada. Nada sobre su pasado ni sobre ese escorpión que luce en su cazadora y que intuimos que tiene algún tipo de significado para el personaje. Un hombre solitario que verá su vida cambiada de forma definitiva al enamorarse de una mujer y meterse en unos problemas que no eran suyos. La estética del film, muy setentera ya desde sus créditos imitando unas luces de neón de color rosa, bebe directamente de la del cine negro de los sesenta y setenta, sobre todo de Bullit (Peter Yates, 1968) de la que toma no sólo las persecuciones en coche, sino su tempo pausado y su protagonista impasible e implacable. Tal vez Drive lleve demasiado lejos esa impasibilidad y sus silencios y miradas resultan tal vez demasiado alargadas, demasiado exigentes para el espectador medio. Pero está llena de grandes momentos muy bien planificados, fotografiados, rodados y montados. Y esa intención de llevarlo todo al límite, de intentar ser casi hipnótica en muchos momentos y de renunciar a la verosimilitud en pos de el puro disfrute sensorial, más que visual, hace de ella un producto diferente, arriesgado y muy personal. Sólo por eso merece la pena el esfuerzo. Aunque al ser una película de extremos, nuestra reacción hacia a ella también tenderá a ser extrema: o te gusta  o la aborreces. Una última recomendación: tal vez sea una película para ver solo/a y sin sueño.

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