Revista Educación

El belén

Por Siempreenmedio @Siempreblog
El belén

He comentado en otras ocasiones que en mi casa la religión se vivió siempre de forma dividida. Mientras mi madre era una católica no practicante mi padre fue un ateo producto de una educación férrea en los escolapios. Y sin embargo era un enamorado de los belenes. Contradicciones que supongo que en este país varias generaciones arrastramos como consecuencia de vivir el franquismo y la democracia.

No era solo un amante de los belenes, era un belenista hábil que hacía las delicias de mayores y especialmente de pequeños cada Navidad cuando elaboraba unos nacimientos que nos dejaban con la boca abierta y que eran una verdadera maravilla. El portal que lucía en el salón de mi casa tenía casitas de todos los tamaños, más grandes para el primer plano y más pequeñas para las que estaban alejadas. Tenía árboles y arbustos, montañas que construía con papel kraft, ríos y lagos hechos con papel de alumnio en los que flotaban patos, cercados elaborados con palillos que agrupaban cerdos, gallinas y un gallo negro, pastores con sus ovejas a cuestas que desfilaban por caminos que partían de varios sitios, hilanderas y castañeras, un caganer por supuesto y tres Reyes Magos en camello con sus respectivos pajes que se acercaban desde distintos puntos a un belén cuyas figuras destacaban sobre las restantes compuesto por San José, María, un buey, un asno y el niño en el pesebre que, por aquello de que en mi casa no se respetaba mucho la tradición, se colocaba desde el primer día, que solía ser en el puente de diciembre, aunque lo suyo hubiera sido ponerlo el 25.

El belén de mi casa fue creciendo cada año porque nos llevaban al mercadillo de Navidad que se hacía y se sigue haciendo en la Plaza Mayor de Madrid y en el que mi padre fue adquiriendo figuras y casitas hasta tener la cantidad que consideró necesaria. En sus últimos años eran sus nietos los que le ayudaban a montar un nacimiento sin mucho sentido de la perspectiva y sin mucha lógica histórica pero que se hacía con mucha ilusión y cariño. Mi hijo recuerda esos momentos como de los mejores vividos con su abuelo.

La Navidad me produce a mí también esos sentimientos contradictorios. Detesto el consumismo forzado que supone que multitudes deambulen por tiendas y centros comerciales comprando sin ton ni son. Detesto que la gente se reúna a golpe de calendario y no porque le apetezca. Detesto las felicitaciones sin sentido. Detesto que nos obliguen a mirar para otro lado por aquello de la fecha. Pero adoro los belenes porque contemplarlos es una de las situaciones que me hacen sentir más cerca de mi padre. Este año he vuelto a sentirme niña en la Plaza Mayor y he vivido la contradicción de añorarle dolorosamente al tiempo de recordar esos mágicos momentos.


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